Para el día de hoy (21/12/18):
Evangelio según San Lucas 1, 39-45
En las mentes y corazones de todos está presente esa estrella amistosa e inquieta que guía el trabajoso y extenso andar de los magos de Oriente hasta los pies del Niño añorado y esperado, rey de las naciones nacido de mujer en un portal. Es indicio también de las implicaciones cósmicas de la llegada del Redentor, y por sobre todo, que cuando la vida nos arroja a callejones sin salida, el buen Dios nos abre caminos, nos dirige los pasos inciertos hacia rumbos seguros.
De un modo más sencillo, en la espesura oscura de la noche Dios siempre hará destellar una estrella para que no se nos caigan las esperanzas.
En nuestras existencias, también solemos ser peregrinos distantes en busca del Redentor.
Las diversas circunstancias de la vida, los preconceptos, las comodidades y conveniencias nos van alejando de esa profunda humanidad del Dios encarnado, de ese Bebé Santo en donde Dios mismo se revela y en donde encontramos nuestra Salvación, nuestra plenitud.
Andamos mal rumbeados, gastando suelas sin ton ni son, agotados de nada, y ese Dios nos vuelve a ofrecer una estrella para recuperar el sendero, los pasos ciertos y ligeros, sin cargas vanas que nos desvíen andares.
Esa estrella es María de Nazareth, Theotokos, la Madre del Señor.
El misterio de la Navidad tiene un amable rostro de mujer, joven y humilde. Por Ella y con Ella nos encontraremos, felices de sentido, en el pesebre de Belén, con la silenciosa humanidad de Dios en Cristo, Dios que se hace tiempo, que se hace historia, que se hace vecino, amigo, hijo queridisimo que se adormece en nuestras manos, un Dios que asume nuestra fragilidad haciéndose Él mismo frágil y dependiente de los demás.
Tiempo extraño, tiempo maravilloso, tiempo de que esa estrella nos sale al encuentro, en nuestra búsqueda, Visitación cordial de esa Mujer que es madre, discípula y amiga y en cuyos ojos nos encontramos la raíz de todas las alegrías, la Gracia de Dios que todo lo transforma.
Porque donde esté la Madre, nos encontraremos al Hijo.
Paz y Bien
De un modo más sencillo, en la espesura oscura de la noche Dios siempre hará destellar una estrella para que no se nos caigan las esperanzas.
En nuestras existencias, también solemos ser peregrinos distantes en busca del Redentor.
Las diversas circunstancias de la vida, los preconceptos, las comodidades y conveniencias nos van alejando de esa profunda humanidad del Dios encarnado, de ese Bebé Santo en donde Dios mismo se revela y en donde encontramos nuestra Salvación, nuestra plenitud.
Andamos mal rumbeados, gastando suelas sin ton ni son, agotados de nada, y ese Dios nos vuelve a ofrecer una estrella para recuperar el sendero, los pasos ciertos y ligeros, sin cargas vanas que nos desvíen andares.
Esa estrella es María de Nazareth, Theotokos, la Madre del Señor.
El misterio de la Navidad tiene un amable rostro de mujer, joven y humilde. Por Ella y con Ella nos encontraremos, felices de sentido, en el pesebre de Belén, con la silenciosa humanidad de Dios en Cristo, Dios que se hace tiempo, que se hace historia, que se hace vecino, amigo, hijo queridisimo que se adormece en nuestras manos, un Dios que asume nuestra fragilidad haciéndose Él mismo frágil y dependiente de los demás.
Tiempo extraño, tiempo maravilloso, tiempo de que esa estrella nos sale al encuentro, en nuestra búsqueda, Visitación cordial de esa Mujer que es madre, discípula y amiga y en cuyos ojos nos encontramos la raíz de todas las alegrías, la Gracia de Dios que todo lo transforma.
Porque donde esté la Madre, nos encontraremos al Hijo.
Paz y Bien
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