Nuestra Señora de los Dolores
Para el día de hoy (15/09/18):
Evangelio según San Juan 19, 25-27
La pequeña muchacha galilea no salía de su asombro: primero, el saludo respetuoso y cálido del Mensajero, y justamente a ella, la más pequeña entre los pequeños.
Y un Dios enamorado de Ella que le pide permiso.
Un Dios que se crece al calor de sus entrañas, un Hijo que nacerá en la miseria, y que Ella no deja de mirar y ver con sus ojos grandes, tan grandes como su corazón.
Un Niño que es Hijo, Maestro y Señor, un Dios que se le parece, que tiene su mirada, un Dios que se descubre en su rostro, de tan parecidos que son.
Es claro que no tiene solamente un parecido físico -que sin duda lo hay-. Tampoco que Ella es muy parecida a su Dios -que es el nuestro.
Dios se le parece, y ello no es ese falso ídolo triste que solemos inventarnos para nuestra conveniencia, sino que el Dios del Universo muestra su rostro materno a través de sus ojos morenos y mansos.
Dios se le parece, y Ella lo cantará con voz fuerte y confiada: Dios defiende a los pobres, auxilia a los oprimidos, rescata a los olvidados, derriba a los poderosos, dispersa a los soberbios, un Dios que siempre cumple y paga al contado lo que promete.
Dios se le parece, y Ella lo dice desde su silencio humilde, acompañando siempre a ese Hijo al que, a veces, quizás no entendía pero que siempre volvía a gestarlo pacientemente corazón adentro.
Dios se le parece, por eso Ella se preocupará de que toda fiesta no se apague, de que haya vino bueno, de que hagamos lo que Él nos diga.
Dios se le parece, por eso Ella permanecerá de pié aún en su dolor mayor, viendo morir a ese Hijo quebrantado, torturado, que carga cruz de suplicio y maldición, de humillación y soledad. Ella permanece por fé y fidelidad, dos palabras de igual raíz, dos vertientes del mismo río.
Dios se le parece, porque aunque se desviva por el sufrimiento de los hijos no se abandona al pesar ni se resigna a la tristeza, ni permite que se apague su esperanza.
Dios se le parece, porque su Dios y Ella no tienen casa propia: desde esa cruz del Redentor, su casa será aquella en donde vivan sus hijas e hijos, su hogar estará en donde se le reciba, imagen y signo de aquella posada que les fue negada en las urgencias del parto.
Dios se le parece porque es olvido de sí mismo y entrega sin medida al cuidado de los demás.
María, Dios se te parece porque como vos, es siempre presencia constante aún cuando campee el dolor.
Paz y Bien
Y un Dios enamorado de Ella que le pide permiso.
Un Dios que se crece al calor de sus entrañas, un Hijo que nacerá en la miseria, y que Ella no deja de mirar y ver con sus ojos grandes, tan grandes como su corazón.
Un Niño que es Hijo, Maestro y Señor, un Dios que se le parece, que tiene su mirada, un Dios que se descubre en su rostro, de tan parecidos que son.
Es claro que no tiene solamente un parecido físico -que sin duda lo hay-. Tampoco que Ella es muy parecida a su Dios -que es el nuestro.
Dios se le parece, y ello no es ese falso ídolo triste que solemos inventarnos para nuestra conveniencia, sino que el Dios del Universo muestra su rostro materno a través de sus ojos morenos y mansos.
Dios se le parece, y Ella lo cantará con voz fuerte y confiada: Dios defiende a los pobres, auxilia a los oprimidos, rescata a los olvidados, derriba a los poderosos, dispersa a los soberbios, un Dios que siempre cumple y paga al contado lo que promete.
Dios se le parece, y Ella lo dice desde su silencio humilde, acompañando siempre a ese Hijo al que, a veces, quizás no entendía pero que siempre volvía a gestarlo pacientemente corazón adentro.
Dios se le parece, por eso Ella se preocupará de que toda fiesta no se apague, de que haya vino bueno, de que hagamos lo que Él nos diga.
Dios se le parece, por eso Ella permanecerá de pié aún en su dolor mayor, viendo morir a ese Hijo quebrantado, torturado, que carga cruz de suplicio y maldición, de humillación y soledad. Ella permanece por fé y fidelidad, dos palabras de igual raíz, dos vertientes del mismo río.
Dios se le parece, porque aunque se desviva por el sufrimiento de los hijos no se abandona al pesar ni se resigna a la tristeza, ni permite que se apague su esperanza.
Dios se le parece, porque su Dios y Ella no tienen casa propia: desde esa cruz del Redentor, su casa será aquella en donde vivan sus hijas e hijos, su hogar estará en donde se le reciba, imagen y signo de aquella posada que les fue negada en las urgencias del parto.
Dios se le parece porque es olvido de sí mismo y entrega sin medida al cuidado de los demás.
María, Dios se te parece porque como vos, es siempre presencia constante aún cuando campee el dolor.
Paz y Bien
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