Para el día de hoy (11/09/18):
Evangelio según San Lucas 6, 12-19
La lectura que nos brinda la liturgia del día parece oscilar entre dos planos, las alturas de la montaña en donde Jesús de Nazareth ha subido a orar y el llano donde desciende y se encuentra con una multitud de personas que llegan de todas partes, hambrientos de escuchar su Palabra, heridos de mil y una dolencias, suplicantes de la misericordia sanadora de Cristo.
En tanto connotación simbólica, la montaña es el ámbito propicio para el encuentro con Dios, para la revelación divina, para las teofanías. A modo de simple racconto, podemos rememorar el ascenso de Moisés para recibir la Ley de Dios, la Transfiguración del Señor en el monte Tabor, la significativa relevancia para Israel del monte Sión.
El Maestro sube a la montaña para el encuentro y la profunda comunión con el Padre, y lo hace previamente a la elección de los apóstoles. Aún siendo el Hijo de Dios reza, suplica para elegir bien, pues esos discípulos serán otros tantos Cristos a los cuatro rumbos. Pero lo fundamental es que el diálogo con el Padre nunca se quebranta, es permanente, toda su vida es orante, aún en las durísimas horas de la Pasión.
Desde ese clima de encuentro y luz, el Maestro elige a los apóstoles, doce que representan al pueblo santo de Israel -las doce tribus-, pero también hay una significación numérica: en el universo simbólico judío, el número tres representa lo divino la plenitud, y cuatro los puntos cardinales. De allí, coincidentemente, la elección de doce enviados, la plenitud que se multiplica a los cuatro rumbos, a todas las naciones.
Luego, Él bajará al llano, allí en esa meseta poblada de dolientes, de tantas ovejas abandonadas a su suerte, rebaño sin pastor ni amparo. Allí florece su compasión y destella la misericordia, justicia de Dios.
Ahí abajo hay mucho por hacer, hay demasiado dolor que suplica consuelo. El Maestro ha descendido de las alturas del cerro, pero no ha dejado allí su sintonía eterna con el Padre. Más aún, lleva consigo los frutos del diálogo fecundo con Aquél que lo sostiene e impulsa. Mejor todavía, la fidelidad a su misión es fruto de esa oración.
Nosotros también hemos de subir a la montaña a diario, al encuentro orante del Padre, para poder bajar renovados en fidelidad y servicio a los hermanos, en la profunda vivencia del Reino.
Paz y Bien
En tanto connotación simbólica, la montaña es el ámbito propicio para el encuentro con Dios, para la revelación divina, para las teofanías. A modo de simple racconto, podemos rememorar el ascenso de Moisés para recibir la Ley de Dios, la Transfiguración del Señor en el monte Tabor, la significativa relevancia para Israel del monte Sión.
El Maestro sube a la montaña para el encuentro y la profunda comunión con el Padre, y lo hace previamente a la elección de los apóstoles. Aún siendo el Hijo de Dios reza, suplica para elegir bien, pues esos discípulos serán otros tantos Cristos a los cuatro rumbos. Pero lo fundamental es que el diálogo con el Padre nunca se quebranta, es permanente, toda su vida es orante, aún en las durísimas horas de la Pasión.
Desde ese clima de encuentro y luz, el Maestro elige a los apóstoles, doce que representan al pueblo santo de Israel -las doce tribus-, pero también hay una significación numérica: en el universo simbólico judío, el número tres representa lo divino la plenitud, y cuatro los puntos cardinales. De allí, coincidentemente, la elección de doce enviados, la plenitud que se multiplica a los cuatro rumbos, a todas las naciones.
Luego, Él bajará al llano, allí en esa meseta poblada de dolientes, de tantas ovejas abandonadas a su suerte, rebaño sin pastor ni amparo. Allí florece su compasión y destella la misericordia, justicia de Dios.
Ahí abajo hay mucho por hacer, hay demasiado dolor que suplica consuelo. El Maestro ha descendido de las alturas del cerro, pero no ha dejado allí su sintonía eterna con el Padre. Más aún, lleva consigo los frutos del diálogo fecundo con Aquél que lo sostiene e impulsa. Mejor todavía, la fidelidad a su misión es fruto de esa oración.
Nosotros también hemos de subir a la montaña a diario, al encuentro orante del Padre, para poder bajar renovados en fidelidad y servicio a los hermanos, en la profunda vivencia del Reino.
Paz y Bien
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