Para el día de hoy (19/09/18):
Evangelio según San Lucas 7, 31-35
La alegoría que Jesús de Nazareth nos plantea desde la Palabra es una dura invectiva, un lamento y un llamado de atención y una invitación para todos nosotros.
Su invectiva no se expresa de manera abstracta y global, sino que tiene destinatarios claramente identificables: los dirigentes religiosos de su tiempo. Ellos, aferrados a sus esquemas y a sus principios, actúan de un modo pueril y caprichoso con tal de autojustificarse; han edificado una religión plagada de normas que oprime al pueblo y les garantiza poder cuasi absoluto, pero en ese ámbito estrecho no hay lugar para Dios ni para el prójimo.
No son capaces de ver más allá de ellos mismos.
Al Bautista, en su ascética integridad, lo criticaban y repudiaban diciendo que estaba endemoniado, un loco peligroso. Al Maestro, que celebraba la vida como don amoroso de Dios y compartía mesa, pan y vino con todos sin restricciones, y en especial con los excluidos y descastados, lo tratan de glotón y borracho, que se atreve a juntarse con pecadores públicos, con impuros sociales.
Esos prejuicios al Maestro le duelen en las honduras de su alma, pues esos hombres se placen de la ceguera en la que están inmersos.
Y entre esos hombres, en sus actitudes, podemos quizás espejarnos.
Por eso la llamada de atención y la invitación.
Los caminos de Dios, sin dudas, no son los nuestros. Pero lo imposible se trasciende y supera en Cristo.
La Sabiduría es el plan de Dios expresado en el amor infinito de su Hijo, vivir como Él vivía, amar como Él amaba. Nunca, jamás abdicar de la esperanza. Confiar en Aquél que todo lo podemos.
Pero muy especialmente, sabiduría es tener mirada y corazón transparentes para descubrir las huellas del Creador en todas partes, en cada rostro, en los actos de justicia, de liberación, de solidaridad, de bondad, en el don bondadoso de una naturaleza que solemos agredir con nuestra indiferencia.
Que esa Sabiduría que proviene del Espíritu nos conduzca a buenos puertos.
Paz y Bien
Su invectiva no se expresa de manera abstracta y global, sino que tiene destinatarios claramente identificables: los dirigentes religiosos de su tiempo. Ellos, aferrados a sus esquemas y a sus principios, actúan de un modo pueril y caprichoso con tal de autojustificarse; han edificado una religión plagada de normas que oprime al pueblo y les garantiza poder cuasi absoluto, pero en ese ámbito estrecho no hay lugar para Dios ni para el prójimo.
No son capaces de ver más allá de ellos mismos.
Al Bautista, en su ascética integridad, lo criticaban y repudiaban diciendo que estaba endemoniado, un loco peligroso. Al Maestro, que celebraba la vida como don amoroso de Dios y compartía mesa, pan y vino con todos sin restricciones, y en especial con los excluidos y descastados, lo tratan de glotón y borracho, que se atreve a juntarse con pecadores públicos, con impuros sociales.
Esos prejuicios al Maestro le duelen en las honduras de su alma, pues esos hombres se placen de la ceguera en la que están inmersos.
Y entre esos hombres, en sus actitudes, podemos quizás espejarnos.
Por eso la llamada de atención y la invitación.
Los caminos de Dios, sin dudas, no son los nuestros. Pero lo imposible se trasciende y supera en Cristo.
La Sabiduría es el plan de Dios expresado en el amor infinito de su Hijo, vivir como Él vivía, amar como Él amaba. Nunca, jamás abdicar de la esperanza. Confiar en Aquél que todo lo podemos.
Pero muy especialmente, sabiduría es tener mirada y corazón transparentes para descubrir las huellas del Creador en todas partes, en cada rostro, en los actos de justicia, de liberación, de solidaridad, de bondad, en el don bondadoso de una naturaleza que solemos agredir con nuestra indiferencia.
Que esa Sabiduría que proviene del Espíritu nos conduzca a buenos puertos.
Paz y Bien
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