Lázaros del más acá


Para el día de hoy (28/02/13):  
Evangelio según San Lucas 16, 19-31


(Esta parábola posee algunos rasgos fundamentales: sólo el pobre tiene nombre, Lázaro, contrariamente a una tradición que menta al rico como Epulón, siendo éste un adjetivo antes que un apelativo. En toda la parábola Lázaro no habla, pues es dolorosamente suficiente y expresiva su cruel realidad.
No hay que pedirle a los pobres que cuenten lo que los agobia, basta asumir como propia esa miseria que soportan.

El rico de la parábola no es un opresor usual, nada nos dice de que tenga una multitud de esclavos a los que exprima, de que pague salarios de miseria, de que imponga crueles normas de pureza y exclusión. Este rico, vestido con joyas y finos vestidos, se dedica al despilfarro y a los banquetes, mientras que a sólo un paso -a su puerta- yace sumido en la pobreza absoluta Lázaro, cubierto de llagas y olvido, que sólo ansía los restos que caen de la mesa de banquetes del rico.
Este rico acepta como lógico y normal que el abunde en lujos y que Lázaro agonice a su puerta; Lázaro no cuenta, es un nadie, una cotidianeidad apenas molesta, una voluntad de su Dios. Hasta escatológicamente continúa considerándolo apenas un sirviente, pues pide que se lo envíe a llevarle agua o a avisar a sus hermanos.

Un error grosero -producto de esa misma espiritualidad- será considerar que ese cielo postrero es de los pobres, que post mortem se equilibrará, en parte, la balanza de equidad que aquí tanto se niega.
La vida cristiana, es decir, creer en Jesús de Nazareth y seguir sus pasos, implica ocuparse y preocuparse porque no haya más tantos Lázaros en el más acá, tirados a nuestras puertas, ni que campee la indiferencia de tantos ricos que derrochan el pan que es para todos. No es posible seguir haciendo caso omiso de la desigualdad, no es posible seguir ofreciendo un culto que suponemos sagrado mientras de los Lázaros sólo se ocupan los perros, no es posible dormir tranquilos mientras sigan existiendo esos terribles precipicios de desigualdad. 
La única manera de salvar ese abismo insalvable entre la omisión y la indiferencia y los pobres -amados entrañablemente por Dios- es a través del Cristo de nuestra salvación.

Contrariamente a nuestros prototipos de evangelización, no es nuestra misión llevar a ese Cristo a los pobres.
Los Lázaros del más acá -que están allí, lo sabemos, pero nos obstinamos en no mirar- son los que nos traen a ese Maestro crucificado, los que en su silente dolor claman por justicia y compasión, el Reino de Dios que allana los caminos y salva de los abismos.
Hay hermanos a los que reconocer como tales, hay muchas puertas que abrir para que nadie más quede afuera, para que no haya más infiernos en estos arrabales terrenos, hay muchas llagas que sanar, hay un Dios que sufre a nuestra puerta y aguarda migajas de misericordia, que un día se volverán pan abundante)

Paz y Bien

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