Nuestra Señora de Lourdes
Para el día de hoy (11/02/13):
Evangelio según San Marcos 6, 53-56
(En la Palestina del siglo I, tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, los enfermos eran el sector más relegado de la sociedad, quizás más aún que los pobres. No se trataba solamente de una medicina en estadios tempranos, y una gran prevalencia de determinadas patologías propias de la zona y del clima: se trataba especialmente de una concepción religiosa y social que consideraba a las enfermedades consecuencia directa del pecado, es decir, el castigo necesario de un dios severo.
Además, las rígidas normas de pureza ritual existente complicaban aún más la situación, y quien tocaba a un enfermo/impuro a su vez se impurificaba, volviéndose inapto e inepto para la participación en el culto y para la vida comunitaria, autocondenándose a un repliegue automático a la soledad y el ostracismo.
Así entonces, la situación de los enfermos y de sus familias, en aquellos tiempos, era mucho más dolorosa que el sufrimiento que imponía la propia dolencia.
Cuando el Maestro, desde Nazareth, comienza a recorrer pueblos y ciudades anunciando la Buena Noticia y acercándose Él mismo a los enfermos, se produce una gran conmoción.
Por un lado, las gentes se asombran de que Alguien se inclinara hacia los enfermos con tanta bondad; ése hombre irradiaba una fuerza asombrosa que a todos curaba, y lo hacía en nombre de un Dios Abbá, muy distinto del que otros les había enseñado e impuesto.
Por otro lado, los religiosos profesionales, los poderosos dirigentes de la religión oficial estaban que trinaban, y con razón: ese galileo de tonada campesina alejaba al pueblo de sus influencias y doctrinas, y lo que estaba enseñando volvía peligrosamente libre al pueblo. Para colmo de males, todo lo realizaba abiertamente en nombre de un Dios muy distinto del que ellos mismos rendían culto.
Por estos motivos, y porque también la conversión y la confianza no son mágicas ni instantáneas sino que son un proceso de germinación, crecimiento y frutos, las gentes llevaban a sus enfermos en camillas a las calles y plazas, en la esperanza que, al paso del Maestro, pudieran rozar el borde de su manto. Estaban demasiado asustados y temerosos de todo lo que habían asimilado durante siglos para atreverse -de golpe- a cambiar; por ello con temor y temblor, se siguen quedando en los márgenes, en esa esperanza de que la misma periferia de ese Cristo caminante siquiera los roce.
La fuerza de Jesús de Nazareth es asombrosa, y esa Gracia inconmensurable no puede ser contenida ni acotada. Por ello mismo todos los que tocaban el borde de su manto quedaban sanos.
Aún les faltaba un éxodo, y es el mismo que nos queda pendiente. Al tocar el borde de su manto se vestían de alegría y gratitud, pero corrían el peligro de abrazarse al fenómeno puntual.
A la tierra prometida de la Salvación se llega cuando nos atrevemos a tocar el borde del manto que le imponen sus verdugos en la noche cruel de la Pasión)
Paz y Bien
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