Para el día de hoy (18/08/12):
Evangelio según San Mateo 19, 13-15
(En los tiempos de la predicación del Maestro, los niños eran amados puerta adentro de cada familia. Sin embargo, socialmente estaban en el mismo bajo escalón que las mujeres y los esclavos; carecían de derecho alguno, solían vivir en condiciones duras, meros entes menores carentes de racionalidad. A esto, se añadía que por las misma situación en la que vivían, eran considerados impuros para la ortodoxia religiosa imperante.
Ello no es un dato menor: para la ley mosaica, el tocar a un impuro a su vez impurifica al transgresor, y lo vuelve indigno de participar en la fé y en la sociedad. Así muchas veces el Maestro hubo de retirarse a lugares apartados y solitarios, en la dura dialéctica de la exclusión.
En esa lógica durísima se ubica la actitud violenta de los discípulos: reprenden a las madres de los niños porque, si el Señor les imponía las manos, por el hecho de tocarlos se volvería a su vez impuro y así sobrevendría una condena al ostracismo, y se le impediría ir a la sinagoga o entrar en cualquier pueblo o ciudad.
Pero es el tiempo de la Gracia, tiempo de maravillas y asombros, escándalos para almas mezquinas. Y Jesús de Nazareth conoce como nadie a ese Dios al que llama Abbá, y sabe también que su Dios -el nuestro- es un Dios que tiene preferidos. Ama a toda la humanidad pero se pone abiertamente del lado de los pequeños, de los que son como niños, de los humildes y sencillos, de los que no cuentan.
Sólo los pequeños son capaces de comprender y participar en las primicias del Reino, en la alegría de la Salvación.
Sólo los que tengan alma de niños pueden redescubrir todo a través de sus ojos asombrados, de su confianza sin fronteras, de su capacidad de festejar los regalos, esos mismos que solemos dejar de lado y que son milagros.
El amor de Dios expresado en Jesús de Nazareth exige desde su sencillez y humildad que tomemos partido. O estamos en la vereda del poder y seguimos la estela de los poderosos, o animarnos a quedarnos sin disimulo del lado de los que no cuentan, de los invisibles, de los pequeños y olvidados, fundiéndonos con ellos como uno más.
Que no estamos solos en estos amores)
Paz y Bien
Ello no es un dato menor: para la ley mosaica, el tocar a un impuro a su vez impurifica al transgresor, y lo vuelve indigno de participar en la fé y en la sociedad. Así muchas veces el Maestro hubo de retirarse a lugares apartados y solitarios, en la dura dialéctica de la exclusión.
En esa lógica durísima se ubica la actitud violenta de los discípulos: reprenden a las madres de los niños porque, si el Señor les imponía las manos, por el hecho de tocarlos se volvería a su vez impuro y así sobrevendría una condena al ostracismo, y se le impediría ir a la sinagoga o entrar en cualquier pueblo o ciudad.
Pero es el tiempo de la Gracia, tiempo de maravillas y asombros, escándalos para almas mezquinas. Y Jesús de Nazareth conoce como nadie a ese Dios al que llama Abbá, y sabe también que su Dios -el nuestro- es un Dios que tiene preferidos. Ama a toda la humanidad pero se pone abiertamente del lado de los pequeños, de los que son como niños, de los humildes y sencillos, de los que no cuentan.
Sólo los pequeños son capaces de comprender y participar en las primicias del Reino, en la alegría de la Salvación.
Sólo los que tengan alma de niños pueden redescubrir todo a través de sus ojos asombrados, de su confianza sin fronteras, de su capacidad de festejar los regalos, esos mismos que solemos dejar de lado y que son milagros.
El amor de Dios expresado en Jesús de Nazareth exige desde su sencillez y humildad que tomemos partido. O estamos en la vereda del poder y seguimos la estela de los poderosos, o animarnos a quedarnos sin disimulo del lado de los que no cuentan, de los invisibles, de los pequeños y olvidados, fundiéndonos con ellos como uno más.
Que no estamos solos en estos amores)
Paz y Bien
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