Para el día de hoy (12/08/12):
Evangelio según San Juan 6, 41-51
(Las palabras del Maestro habían desatado una llovizna de murmullos, y no era la primera vez: el campesino galileo cuestionaba uno de los puntales férreamente establecidos de la fé de Israel: el pan bajado desde las nubes -el maná que los sostuvo en los duros años del desierto- no era el verdadero pan del cielo, sino que Él mismo lo era.
No podía ser, nunca, ese rústico profeta iletrado -hasta la tonada lo vendía- era hijo de carpintero, un nadie, un tipo más que se atrevía a hablar en nombre de Dios, que se declaraba bajado de lo alto. En sus mentes y en sus corazones no había lugar para lo divino en ese campesino, humano como cualquier otro -aunque quizás un escalón por debajo de ellos-.
Esos murmullos enojados respondían al derribo que acababa de suceder: el ícono intocable que representaba a la liberación de Israel estaba siendo reemplazado...por un hombre.
Un hombre que habla de algo tan humano y raigal como comer, algo común a pueblos y culturas de todos los tiempos, el sustento de la vida representado en el pan.
Y dá un paso más, afirmando que nadie comerá de ese pan si antes no es invitado, llamado y atraído a su mesa. Y Él está invitando a todos, buenos y malos, mujeres y hombres, sin exclusiones,sin condiciones.
Ese llamado, esa atracción sigue vigente y palpitará por siempre.
Es raíz de familia grande que llamamos Iglesia, en donde tantas ignotas hijas e hijos de carpinteros siguen invitando a muchos, desde la humildad y el silencio, a sentarse a esta mesa grande en la que nadie debe faltar.
Es la mesa en donde el pan definitivo se comparte y así la vida se expande eterna e infinita, vida que prevalece sobre la muerte.
Cada vez que nos encontramos convocados por ese Pan que vive y e invitamos a quien nadie invita, nos volvemos más humanos, tan humanos que la eternidad se nos crece, misión de paz para no morir jamás y celebrar y agradecer por una vida que es un regalo, bendición y milagro)
Paz y Bien
No podía ser, nunca, ese rústico profeta iletrado -hasta la tonada lo vendía- era hijo de carpintero, un nadie, un tipo más que se atrevía a hablar en nombre de Dios, que se declaraba bajado de lo alto. En sus mentes y en sus corazones no había lugar para lo divino en ese campesino, humano como cualquier otro -aunque quizás un escalón por debajo de ellos-.
Esos murmullos enojados respondían al derribo que acababa de suceder: el ícono intocable que representaba a la liberación de Israel estaba siendo reemplazado...por un hombre.
Un hombre que habla de algo tan humano y raigal como comer, algo común a pueblos y culturas de todos los tiempos, el sustento de la vida representado en el pan.
Y dá un paso más, afirmando que nadie comerá de ese pan si antes no es invitado, llamado y atraído a su mesa. Y Él está invitando a todos, buenos y malos, mujeres y hombres, sin exclusiones,sin condiciones.
Ese llamado, esa atracción sigue vigente y palpitará por siempre.
Es raíz de familia grande que llamamos Iglesia, en donde tantas ignotas hijas e hijos de carpinteros siguen invitando a muchos, desde la humildad y el silencio, a sentarse a esta mesa grande en la que nadie debe faltar.
Es la mesa en donde el pan definitivo se comparte y así la vida se expande eterna e infinita, vida que prevalece sobre la muerte.
Cada vez que nos encontramos convocados por ese Pan que vive y e invitamos a quien nadie invita, nos volvemos más humanos, tan humanos que la eternidad se nos crece, misión de paz para no morir jamás y celebrar y agradecer por una vida que es un regalo, bendición y milagro)
Paz y Bien
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