Para el día de hoy (19/08/12):
Evangelio según San Juan 6, 51-59
(Los ánimos en la sinagoga de Cafarnaúm estaban encendidos: oscilaban desde el asombro al escándalo.
Es que el galileo nazareno no sólo echaba por tierra parte de la sacralizada historia de Israel -el maná de sus padres-, sino que se pone Él mismo como alimento, y es una propuesta tan crudamente realista que provoca espanto y escándalo: se trata literalmente de tragarse a ese Jesús de Nazareth, y de beberse su sangre para permanecer con vida.
Peor aún, todo alimento ingerido que implicara consumir sangre estaba taxativamente prohibido por la ley mosaica, y así hasta el día de hoy.
Pero la literalidad no libera, y acuna todo fundamentalismo.
Porque si el rabbí nazareno hubiera hablado sólo de pan, podríamos quedarnos en un plano de simbolismos, en los que se discutiría solamente la preeminencia del maná. Pero nó, Él habla también de sangre y es mucho más que una cuestión de humanidad: es un ser humano sometido a la violencia, es un cuerpo agobiado, víctima de la brutalidad.
Se asoma el escándalo de la cruz a la par de lo intolerable de esa manera de alimentarse.
Aún así, y para no permanecer presos de limitadísimas especulaciones, Él abre el horizonte. Porque no se trata de muerte, se trata de Resurrección, se trata de vida.
No estaría nada mal volvernos a quedar perplejos y asombrados frente a la Eucaristía.
Quizás nos atamos demasiado a un espiritualismo desencarnado, y practicamos cierto amor puramente ritual. Pero Jesús de Nazareth es Dios encarnado en la historia humana por bondad y amor entrañables, ansias de que la humanidad -todas sus hijas e hijos- sea y viva en plenitud.
Es asumir la historia en el propio cuero para santificarla y transformarla, es vida humana enaltecida y sagrada, es animarse a dejar los huesos para que, por lo menos, un hermano permanezca con vida, es hacerse pan para que nadie perezca de hambre, de hambre del sustento, de hambre de soledad, de hambre del pan eterno del Dios con nosotros, y allí sí, que la Eucaristía vuelva a ser para nosotros tan imprescindible como el respirar, motivo de gratitud y celebración en mesa grande compartida.
Porque creemos en Alguien antes que en algo, y nos nutrimos de ese Alguien, y por ese Alguien vivimos y no moriremos, Jesús de Nazareth, nuestro hermano y Señor)
Paz y Bien
Es que el galileo nazareno no sólo echaba por tierra parte de la sacralizada historia de Israel -el maná de sus padres-, sino que se pone Él mismo como alimento, y es una propuesta tan crudamente realista que provoca espanto y escándalo: se trata literalmente de tragarse a ese Jesús de Nazareth, y de beberse su sangre para permanecer con vida.
Peor aún, todo alimento ingerido que implicara consumir sangre estaba taxativamente prohibido por la ley mosaica, y así hasta el día de hoy.
Pero la literalidad no libera, y acuna todo fundamentalismo.
Porque si el rabbí nazareno hubiera hablado sólo de pan, podríamos quedarnos en un plano de simbolismos, en los que se discutiría solamente la preeminencia del maná. Pero nó, Él habla también de sangre y es mucho más que una cuestión de humanidad: es un ser humano sometido a la violencia, es un cuerpo agobiado, víctima de la brutalidad.
Se asoma el escándalo de la cruz a la par de lo intolerable de esa manera de alimentarse.
Aún así, y para no permanecer presos de limitadísimas especulaciones, Él abre el horizonte. Porque no se trata de muerte, se trata de Resurrección, se trata de vida.
No estaría nada mal volvernos a quedar perplejos y asombrados frente a la Eucaristía.
Quizás nos atamos demasiado a un espiritualismo desencarnado, y practicamos cierto amor puramente ritual. Pero Jesús de Nazareth es Dios encarnado en la historia humana por bondad y amor entrañables, ansias de que la humanidad -todas sus hijas e hijos- sea y viva en plenitud.
Es asumir la historia en el propio cuero para santificarla y transformarla, es vida humana enaltecida y sagrada, es animarse a dejar los huesos para que, por lo menos, un hermano permanezca con vida, es hacerse pan para que nadie perezca de hambre, de hambre del sustento, de hambre de soledad, de hambre del pan eterno del Dios con nosotros, y allí sí, que la Eucaristía vuelva a ser para nosotros tan imprescindible como el respirar, motivo de gratitud y celebración en mesa grande compartida.
Porque creemos en Alguien antes que en algo, y nos nutrimos de ese Alguien, y por ese Alguien vivimos y no moriremos, Jesús de Nazareth, nuestro hermano y Señor)
Paz y Bien
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