Para el día de hoy (17/08/12):
Evangelio según San Mateo 19, 3-12
(La discusión planteada al Maestro por los fariseos no era neutra ni honesta: buscaba ponerlo a prueba en el afán de hallar errores o posturas heterodoxas. Pero además, revelaba una dura postura de la cultura y la religiosidad de aquellos tiempos: hemos de notar que todo gira alrededor de los derechos que le asisten al varón por sobre la mujer, siendo ésta dependiente de voluntad y caprichos de aquel.
En el fondo, se trata de la perenne discusión acerca del cumplimiento de normas, y de la fidelidad a creencias establecidas.
Pero Jesús de Nazareth lleva la discusión a otro plano más profundo y, paradojalmente, más elevado. Es el tiempo de la Gracia, es el tiempo de maravillas y asombros, es el tiempo de leer/nos desde la mirada de ese Dios que Él nos revela Padre y Madre. Porque nosotros, en nuestras cortas visiones y nuestras mezquindades necesitamos invariablemente de normas -a menudo estrictas- por nuestra incapacidad de mantener un rumbo recto.
El sueño eterno de ese Dios Abbá de Jesús nuestro hermano y Señor es que entre la mujer y el hombre florezca la vida desde la misma esencia de ese Dios que es amor, existencias frutales que se unen para prodigarse por entero, haciéndose plenos en esa entrega y bendecirse en la alegría de los hijos.
Eso es lo indisoluble, ese amor infinito que Dios nos tiene y que nosotros, como hijas e hijos -ramas latientes de la vid verdadera- tenemos que respirar a diario.
Por eso a los que se unen en matrimonio los llamamos cónyuges, es decir, conjugados/conjungiere: son dos vidas que se conjugan para generar una vida nueva más plena y total. Quizás por esas cuestiones de amores, no se trate tanto de complementariedad, de almas gemelas y otros tantos simpáticos eslóganes: es más bien crecernos, fusionarnos desde nuestras diferencias, enriquecernos a partir de lo que nos define e identifica, haciendo de cada día una ofrenda, en las buenas y especialmente en las malas.
Desde allí tal vez recuperemos la verdadera profundidad y significación del matrimonio.
Y es imperioso suplicar al Espíritu que nos vuelva cada día más misericordiosos y compasivos como Aquél que tan bien nos entiende, especialmente para cobijar con puertas abiertas y abrazos siempre disponibles a los que por diversas circunstancias -quebrantos, caídas, los golpes de la vida diaria- no han podido mantenerse firmes y han sufrido o provocado ruptura.
A veces olvidamos que todos -sin excepción- somos hijas e hijos de Dios, y a nadie se debe rechazar)
Paz y Bien
En el fondo, se trata de la perenne discusión acerca del cumplimiento de normas, y de la fidelidad a creencias establecidas.
Pero Jesús de Nazareth lleva la discusión a otro plano más profundo y, paradojalmente, más elevado. Es el tiempo de la Gracia, es el tiempo de maravillas y asombros, es el tiempo de leer/nos desde la mirada de ese Dios que Él nos revela Padre y Madre. Porque nosotros, en nuestras cortas visiones y nuestras mezquindades necesitamos invariablemente de normas -a menudo estrictas- por nuestra incapacidad de mantener un rumbo recto.
El sueño eterno de ese Dios Abbá de Jesús nuestro hermano y Señor es que entre la mujer y el hombre florezca la vida desde la misma esencia de ese Dios que es amor, existencias frutales que se unen para prodigarse por entero, haciéndose plenos en esa entrega y bendecirse en la alegría de los hijos.
Eso es lo indisoluble, ese amor infinito que Dios nos tiene y que nosotros, como hijas e hijos -ramas latientes de la vid verdadera- tenemos que respirar a diario.
Por eso a los que se unen en matrimonio los llamamos cónyuges, es decir, conjugados/conjungiere: son dos vidas que se conjugan para generar una vida nueva más plena y total. Quizás por esas cuestiones de amores, no se trate tanto de complementariedad, de almas gemelas y otros tantos simpáticos eslóganes: es más bien crecernos, fusionarnos desde nuestras diferencias, enriquecernos a partir de lo que nos define e identifica, haciendo de cada día una ofrenda, en las buenas y especialmente en las malas.
Desde allí tal vez recuperemos la verdadera profundidad y significación del matrimonio.
Y es imperioso suplicar al Espíritu que nos vuelva cada día más misericordiosos y compasivos como Aquél que tan bien nos entiende, especialmente para cobijar con puertas abiertas y abrazos siempre disponibles a los que por diversas circunstancias -quebrantos, caídas, los golpes de la vida diaria- no han podido mantenerse firmes y han sufrido o provocado ruptura.
A veces olvidamos que todos -sin excepción- somos hijas e hijos de Dios, y a nadie se debe rechazar)
Paz y Bien
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