8 de Mayo - Nuestra Señora de Luján - Patrona de la Argentina
Para el día de hoy (08/05/12):
Evangelio según San Juan 19, 25-27
Éramos apenas una colonia virreinal en la periferia del Imperio lejano, sin sueños de Patria y de libertad, tierra inmensa habitada por los pueblos primordiales, pueblos antiguos que eran considerados un despreciable accidente del terreno -meros objetos de la codicia-, pueblos a los que se le impuso la cruz a fuerza de espada y explotación.
Aún así, corazones nobles y humildes anunciaban la Buena Noticia desde el servicio y el silencio. Y como suele suceder cuando Dios interviene en la historia, acontecen cosas inesperadas, sorprendentes y extrañas...
Un estanciero del norte -Antonio Farías de Sá- había encargado a un amigo portugués afincado en Brasil la confección y el envío de una imagen de la Inmaculada Concepción para su hacienda de Sumampa, Santiago del Estero.
Y como hasta los mejores cálculos pueden trastocarse, no le envían una imagen de la Virgen María sino dos: una, la Purísima Concepción y la otra, la Madre de Dios acunando al Niño en sus brazos.
El despacho se completa con un añadido horroroso: como parte de la carga remitida, llega a estas costas un hombre negro oriundo de Cabo Verde, África, cristianizado bajo el nombre de Manuel, un esclavo, una mercancía, una nada, destinado a tareas menores en casas de colonizadores poderosos.
La fecha de llegada a estas costas se sitúa hacia fines de marzo de 1630. No hay una recepción oficial, no hay pompa ni homenaje sino que es casi una llegada contrabandeada; el buque mercante se vacía y se carga una carreta que no elige la ruta usual -el camino Real- para llegar a destino, viaje oculto y clandestino atravesando estancias conocidas.
Desde el vamos hay una urdimbre ilógica que se revelará maravillosa.
La carreta sumampeña hace un alto a una legua de la Villa de Luján, en la estancia de un tal Diego Rosendo; esas carretas de carga habitualmente eran tiradas por la fuerza de bueyes, animales poderosos como pocos para estos menesteres. Y a la hora de reemprender el viaje, las ruedas se clavan en la pampa, como si esa tierra agreste la reclamara para sí.
No hay modo, no hay manera de mover esa carreta que parece empecinada en no moverse a pesar del esfuerzo de los troperos y de esos bueyes poderosos.
Pero son los pequeños y los que no cuentan los que mejor entienden los signos eternos, las señales constantes de un Dios que no nos abandona.
Y es así que ese esclavo africano -humanidad hecha mercancía- intuye lo que en verdad sucede: hay que descargar a la imagen que representa a la Madre de Jesús, Pura y Limpia, y se podrá seguir el viaje.
Es un peso menor, una carga mínima de tan liviana -algo de terracota nomás- pero Manuel sabe que allí hay una decisión que es producto de la tenacidad que sólo puede surgir del amor.
Él dejará de ser mercancía, y se quedará allí haciendo honor al nombre que, sin pensarlo, le han impuesto: Manuel, Emanuel, Dios con nosotros.
Todos sus días serán servicio y solicitud para los peregrinos y los enfermos a partir de ese afecto que lo ata inseparable a la Madre de Jesús.
Desde aquel 1630 que se nos hace tan lejano, Ella ha estado siempre con nosotros, Madre tenaz de amor que se obstina en quedarse aquí para que no nos gane la soledad.
Ella es una mujer sin casa, y su hogar está en donde están sus hijos.
Contra toda razón, se trata de una cuestión de co-razón.
Porque donde está la Madre se encuentra al Hijo.
Quizás no es aventurado imaginar que, en parte, somos pueblo por su amor incondicional. Ha querido quedarse aquí, congregando a mujeres y hombres haciéndolos hermanos, edificando presente, soñando futuro.
Nuestra gente, especialmente los más pequeños como Manuel, te reconocen y te saben presente, madre, hermana y compañera de nuestros días, protectora en nuestras noches, consuelo en nuestros dolores bravos, soñadora esperanzada de tiempos felices.
¡Salud, María de Luján!
¡Salve, Madre de Dios!
Paz y Bien
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