Para el día de hoy (23/05/12):
Evangelio según San Juan 17, 11b-19
(Desde el más fuerte al más pequeño, desde los de mayor relevancia a los más insignificantes, todos somos frágiles y quebradizos. Todos somos pasibles de perecer, todos estamos sometidos al paso inexorable del tiempo, todos sabemos que la muerte nos espera en un tiempo tangible y real.
Pero aún con estas certezas difíciles de rebatir, hay más -siempre hay más- porque la Resurrección de Jesús de Nazareth es el fin del no se puede y el ocaso del jamás.
En esa otra certeza inmensa, maravillosa y sorprendente, todos -buenos y malos, grandes y pequeños- somos parte de los sueños y las ansias del Dios de la Vida que Jesús nos revela, un Dios afanoso e incansable en buscar la plenitud para todas sus hijas e hijos.
Y para ese Dios y para Jesús, la plenitud tiene un definido color de alegría.
Frente a nuestros desconsuelos, a pesar de la soledad y los fracasos, de la desidia, del acoso de un mundo muchas veces cruel, no estamos solos. Hay Alguien que nos cuida y nos sostiene, aún cuando nos hayamos vuelto incapaces de percibirlo.
Él levanta a los que vamos cayendo y nos congrega alrededor de su mesa, porque sabe que solos nada podemos y que el individualismo es la trampa primordial del egoísmo que tanto daño provoca, que asola corazones y existencias.
Él nos congrega alrededor de esa mesa grande con sitio para todos, mesa que llamamos familia y llamamos Iglesia, y es ante todo fruto del amor de Dios más que producto de nuestras inquietudes y esfuerzos.
Existimos porque entre sus manos vivimos, y en una bondad inconmensurable fuimos consagrados en la verdad para ser libres, para vivir en paz, para rezumar justicia, para florecer en Misericordia)
Paz y Bien
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