Para el día de hoy (25/02/12):
Evangelio según San Lucas 5, 27-32
(En aquellos tiempos, los publicanos era recaudadores eficientes de impuestos y tributos y acopiadores constantes del odio de sus paisanos, encarnado principalmente en escribas y fariseos.
Es que los publicanos eran funcionarios dedicados a cobrar tributos para el ocupante imperial de Tierra Santa: las furias desatadas se debían a que eran hijos de Israel que servían a paganos y extranjeros que sojuzgaban por la fuerza de sus armas al pueblo elegido, que estaban en contacto diario con dinero pagano y que, además, solían exprimir a los pobres y campesinos para quedarse con una parte de esos tributos. Muchos de ellos amasaban importantes fortunas.
En ese talante, nadie se acercaría a ellos en tren de amistad, ni mucho menos invitarlos a compartir una cena. Pero este rabbí galileo es un provocador impenitente que, evidentemente, no está en sus cabales: ¿cómo conciliar a los feroces zelotas como ambos Judas con un traidor publicano?. Sólo a un loco se le ocurriría intentar una mixtura imposible.
Nosotros estamos sentados también a nuestras mesas tributarias. Por lo general, en nuestras rutinas, en nuestras omisiones y a causa de nuestros temores también somos cómplices de la opresión de muchos; quizás, tan malo como el opresor imperial es el observador imparcial que se cruza de brazos.
Y en nuestras mezquindades y miserias, solemos ser objeto del desprecio constante de los puros de siempre, de los profesionales de la religión que suelen mirarnos desde elevadas cátedras. Aún así, pasa Jesús de Nazareth y sucede el increíble y asombroso milagro de la Gracia: sin contar méritos o máculas, nos vuelve a invitar generosamente a ir con Él.
Es esa magnífica sorpresa que transforma toda vida: vino a buscarnos con total dedicación, sin preclasificaciones, revelando el rostro de ese Dios que jamás descansa en el abrazo paterno y materno de todas sus hijas e hijos sin excepción.
Entonces, en ese amanecer de todo asombro, recuperamos el sentido profundo de aquello que llamamos penitencia y conversión: no hay otro destino escrito que el de la mansa alegría que permanece y prevalece.
Por ello, las almas renovadas, las vidas recuperadas festejan la liberación y el reencuentro en esa mesa común de los excluidos de todo tiempo, mesa grande con lugar para todos en donde nadie, por la voluntad infinita de Aquel que nos busca, ha de faltar)
Paz y Bien
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