Para el día de hoy (12/02/12):
Evangelio según San Marcos 1, 40-45
(La lepra es de origen infeccioso -se propaga a través de una bacteria conocida como el bacilo de Hansen-; tiene una acción progresiva y degenerativa, con una modalidad a nivel dérmico que produce máculas y nódulos bien visibles, y un estadío posterior que afecta las terminales nerviosas, produciendo también necrosis, es decir, la destrucción de tejidos.
No obstante ser una enfermedad conocida desde la antigüedad, los avances para su tratamiento y cura son muy recientes.
Si por un momento nos detenemos en el fenómeno tal como se presenta, quizás podríamos atrevernos a decir que la exclusión del leproso del tejido social responde al espanto de las huellas que deja en su piel la enfermedad, y el consiguiente miedo al contagio, y es precisamente el miedo una fuente permanente de muchos dolores y horrores antes que cualquier patología.
El distinto, el diferente, el extraño y el enfermo nos siguen espantando.
Todo se agrava cuando esa aversión se motoriza desde lo religioso, es decir, cuando la lepra es considerada consecuencia del pecado -castigo necesario de un dios severo y cruel-, y el leproso un impuro peligroso al que se le impedía la vida en pueblos y ciudades, la participación religiosa, el contacto con los demás. Como si eso no bastara, estaba obligado a mantener e indicar su condición vistiendo harapos y proclamando a los gritos su condición de impuro para que nadie se acerque.
Es claro que en tiempos de la predicación de Jesús se consideraba como leproso a cualquier persona que portara diversas afecciones en la piel -dermatitis, psoriasis, etc- y no sólo la lepra misma. Era necesario excluir de la vida diaria al leproso no como una medida profiláctica, sino como acción espiritual: el contacto con el impuro, a su vez, impurifica al que se acerca, vuelve impuro y leproso al atrevido y transgresor.
Por ello mismo, en la Palabra para el día de hoy el leproso que se pone a los pies del Maestro no pide por su curación: él suplica ser limpiado, ser purificado, implora humildemente ser readmitido a la vida comunitaria y religiosa desde donde ha sido expulsado concienzudamente.
La actitud decidida de quien se moviliza y confía desde la fé nacida en las honduras de su alma siempre es transgresora, revolucionaria y gestora de milagros.
El Maestro se conmueve, y Él también transgrede, se atreve, rompe con toda precaución y falsa prudencia: Jesús de Nazareth expresa el amor y la Gracia magnífica e increíble del Dios de la Vida que no conoce límites, ni tolera argumentos de exclusión, un Dios que abraza y cura desde el perdón y la bondad, la liberación total como fruto primero de la Misericordia.
Esa acercarse y tocar al leproso lo vuelve a Él mismo leproso e impuro.
Ha enviado a ese hombre re-creado y re-novado a presentarse al sacerdote para ser readmitido como puro y sano, con el imperativo de no contar nada de lo sucedido. No es tiempo aún, Jesús prefiere dejarse de lado y poner como asunto primordial el reconocimiento como persona del olvidado, del rechazado, del excluido. Sin embargo ¿qué puede hacerse?: la liberación y la ternura desatan la alegría reprimida, y no hay modo de contener que se cuente a otros esta novedad impresionante.
No hay manera de menguar ni de silenciar el anuncio de la Buena Noticia.
Por ello mismo, a pesar de que lo busquen multitudes, Jesús no podrá entrar en ningún pueblo ni ciudad: es el que ha tocado a un leproso, es el que se ha vuelto impuro por voluntad propia, y debe a su vez ser expulsado de la vida de Israel bajo la rigidez de normas y ley.
De algún modo, esa lógica de exclusión se mantiene firme y militante hasta nuestros días. Al distinto, al diferente, al que no nos simpatiza o nos genera rechazo lo expulsamos, lo rechazamos por portar una piel diferente, un rostro lastimado, una nacionalidad extraña, una cultura peculiar y no propia, la lepra del extranjero, del extraño, del impuro evidente a nuestros ojos mezquinos.
Y ahí está Jesús de Nazareth, paciente en su tenacidad de salud/salvación, indiferente al que dirán, obstinado en las cosas de su Padre.
Y ahí está el leproso recuperado en su dignidad, incontenible a la hora de transmitir la mejor de las noticias que acontece en cada presente.
Quizás la Iglesia sea en principio un gran peregrinar imparable de leprosos rescatados, mujeres y hombres tocados por la mano bondadosa de Dios sin miedo a volverse impuros con el olvidado, sin temor a ser expulsados de todo sitio por embarcarse en la misión mansa y humilde de la Salvación)
Paz y Bien
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