Padre Nuestro, súplica y destino de salvación

















Para el día de hoy (18/06/20):  

 
Evangelio según San Mateo 6, 7-15







La inmensa y asombrosa revelación que Jesús de Nazareth nos regala a través de todo su ministerio es que Dios no es una deidad lejana e inaccesible, escondida en un trasmundo de nubes y glorias celestiales.
La mayor revelación en la historia de la humanidad es que el Dios de Jesús de Nazareth es un Dios cercano, un Dios Abba, un Dios Papá -mucho más que una simple y torpe cuestión de género- que se desvive por sus hijas e hijos, por su bien, por su plenitud, por que todos y cada uno de ellos tenga vida y vida en abundancia.

Por ello cuando las hijas y los hijos de Dios oran no repiten fórmulas mágicas, ni palabras arcanas o esotéricas destinadas a conseguir, mediante su acumulación, los favores divinos.
Las hijas y los hijos de Dios cuando oran lo hacen como tales, niños conversando y escuchando a su Padre que siempre está atento y dispuesto, niños que tal vez apenas sepan balbucear pero que inevitablemente son escuchados y comprendidos con infinita paciencia e inexpresable ternura.

Abba Dios les confiere gratuitamente una identidad única, imborrable e irremplazable, un lazo familiar y filial eterno. Por eso cuando los hijos conversan, superan cualquier individualidad mezquina pues saben que ese Abba -que también es Mamá- es Abba de todos, buenos y malos, grandes y pequeños, creyentes e incrédulos, santos y pecadores, y así se expande el nosotros, tan distinto a la ajenidad del ellos, porque ese Abba es todos.

Ellos ruegan que se santifique su Nombre, que sea conocido para que esta familia asombrosa se expanda generosa como la lluvia fresca sobre el campo yerto. Ellos también quieren que el Reino venga, que venga la liberación, que venga la justicia, que venga a compasión, que venga el pan para todos y el Pan vivo de mesa inmensa, y que su voluntad se realice en la eternidad y en este tiempo que se nos suele presentar tan escaso y corto. Por que la voluntad de Dios es que el hombre viva, y más aún, que el pobre viva en plenitud.
 
Ellos quieren que no falte el pan en ninguna mesa, en la mesa común en donde los hijos comparten sueños y vida, en la mesa mínima de los excluidos y olvidados, el pan vivo que se parte, comparte, reparte y aún así alcanza y rebasa cualquier cálculo, pan para todos los que están y pan para los que vendrán, pan para vivir por siempre.
 
Ellos quieren respirar perdón porque se descubren incodicionalmente perdonados, sanados en sus miserias y egoísmos, en sus torpezas y mezquindades.
 
Ellos suplican ser llevados de la mano, como criaturas que recién aprenden a dar los primeros pasos vacilantes; demasiados abismos se han construido concienzudamente, demasiadas rocas y muros es menester sortear para seguir con vida, y solos no se puede.
 
Ellos andan voraces de victoria, una victoria extraña en donde no hay derrotados, porque cuando el mal se disipa florece la vida, porque a pesar de toda cruz nos amanece la Resurrección y toda tumba deviene vacía.

Paz y Bien

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