Corpus: Cristo ofrecido para la vida del mundo
















Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Para el día de hoy (14/06/20) 

Evangelio según San Juan 6, 51-58







Él ha estado poco tiempo entre la gente, si se piensa en términos históricos: algo más de treinta años, tres de ellos plenos.
Sin embargo, antes de partir se ha quedado para siempre.

Escondido a los ojos, resplandece ante una mirada de fé. Sin espectacularidad, sin gestos mágicos, está presente en la sencillez del pan que es sustento de la vida y en el vino que es la fiesta perpetua soñada por Dios para la humanidad; en su corazón Sagrado no hay justificación para el dolor impuesto ni para rictus de amargura.

Ese pan que se parte, reparte y comparte, Jesús mismo dándose al mundo, es mesa grande que vincula a todos en sintonía de igualdad y fraternidad, sin distinciones ni excepciones.
Ese vino es sangre que supera por lejos lo biológico, es sangre que establece nuevos lazos de parentesco de mujeres y hombres entre sí y con ese Dios que se nos revela en Jesús de Nazareth como Padre y Madre.

En este profundo misterio de amor y bondad, queda explícita la ilógica de Dios, un Dios que se hace historia, tiempo, humanidad, vida. Un Dios que no arrolla ni embiste con poder violento, sino que interviene desde la fragilidad de un Niño en brazos de su Madre, que asume la vergüenza, la locura y la aparente derrota de la cruz, que prefiere morir para que nadie más muera, que opta por el pan sencillo y la copa compartida para darse, que se pone abiertamente del lado de los derrotados, de los crucificados, de los hambrientos.

El milagro cotidiano de la Eucaristía ha de sorprendernos por su infinita gratuidad: sinceramente, no somos buenos y nada hemos hecho para merecerla.
La Eucaristía contradice maravillosamente nuestros quebrantos y traiciones, nuestras miserias y omisiones, nuestros silencios deliberados y nuestras declamaciones estériles.

Por ello mismo, la Eucaristía en su sencillez y profundidad insondables, ha de cuestionarnos e interpelarnos la existencia.

Hemos de preguntarnos si nuestras vidas son eucarísticas, es decir, si en toda palabra, todo gesto, en cada respirar agradecemos la vida que se nos ha dado, vida que perece sin el sustento del pan Santo, muerte que prevalece si no corre por nuestro interior la sangre que vivifica.

Vidas que carecen de sentido en lo individual, vidas que se plenifican cuando se dan y comparten, en mesas de hermanos, en comunidades donde todos son importantes y cuidados, espacios de comunión y liberación, vida para el mundo.

Mujeres y hombres que en silencio y humildad se hacen pan para el hermano, vidas bien humanas, tan humanas como el más humano de todos, Jesús de Nazareth nuestro hermano y Señor.

Paz y Bien

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