Para el día de hoy (27/06/20):
Evangelio según San Mateo 8, 5-17
En la Palabra para el día de hoy hay un signo profundo, tanto para los tiempos de la predicación del Maestro como para nuestro presente tan lejano. Esa señal comienza por el status del centurión: era un oficial del ejército imperial romano, de ese Imperio que mancillaba y oprimía la Tierra Santa de Israel por la fuerza, un soldado que, además, era extranjero y cultor de dioses extraños y variados.
Nadie más ajeno para recibir bendiciones o bondades de parte de Dios y a través de ese Mesías que enseñaba cosas tan extrañas como llamar Abbá! al Dios del universo.
En mentalidades mezquinas y almas cerradas, a este hombre no debería ni escuchárselo -de igual a igual-, ni tampoco dirigírsele la palabra. Y no se trata de razones de pureza dogmática farisea; nosotros también solemos hacer lo mismo con muchos a los que consideramos réprobos, indignos, precondenados o, simplemente, no cristianos.
El centurión reconoce su situación y condición, no quiere dar un paso más allá. El sufrimiento de su sirviente se le hace propio, y pone esa angustia y esa necesidad en las manos de Jesús, y su súplica es un salmo magnífico de confianza y abandono. Él ora mejor que los hijos de Israel y que muchos de nosotros.
Y Jesús de Nazareth nos revela el rostro bondadoso y compasivo de ese Dios Abbá que nunca nos abandona. Por eso quiere Él mismo ir a sanar al enfermo, y es símbolo y signo del Padre que continuamente interviene en la historia a favor de la humanidad.
Y el enfermo sanará por la acción de Dios, pero también por la fé del soldado, una fé que conmueve las entrañas de misericordia de ese Cristo tan nuestro, tan cercano.
Así también la suegra de Pedro: la sanación, la liberación de cualquier cadena postrante es eficaz y produce un efecto asombrosamente inverso. Quien no podía moverse, ahopra agradece en silencio y sirviendo a los demás, diaconía santa que no reconoce géneros y que hemos olvidado.
Todo se resuelve y decide en la confianza.
Porque la fé no es la aceptación de doctrinas, ni la pertenencia religiosa, sino más bien y ante todo confiar en Alguien.
Paz y Bien
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