Para el día de hoy (25/06/20)
Evangelio según San Mateo 7, 21-29
Sofismas, meticulosos razonamientos, ampulosos discursos, fervorosas prédicas; ya sea en el ámbito religioso como en todos los órdenes de la vida, padecemos y simultáneamente nos permitimos una epidemia de declamación permanente, de palabrerías vanas, y como si ello no fuera suficiente, de la vanagloria y la autosuficiencia que generalmente traen aparejadas tales posturas.
Puras palabras que no son Palabra, y hemos de emigrar de la declamación hacia la tierra santa de la proclamación.
Esa proclamación, antes que decir y discurrir implica obediencia -ob audire-, es decir, escucha atenta.
Porque de Dios son las primacías y todas las iniciativas. El Dios de Jesús de Nazareth es palabra que nos sale al encuentro, Verbo que se hace humanidad en Cristo para que recuperemos el habla perdida, para comunicarnos entre nosotros y con Dios, para vivir y pervivir, para trascender, para no morir.
Así, el horizonte se nos vuelve a millones de mujeres y hombres humildes y silentes que, sin embargo, son Evangelios latientes, que respiran y palpitan Buena Noticia en todos los aconteceres de sus vidas.
Todos ellos hijos y hermanos de María de Nazareth, que supo escuchar y cobijar en las honduras de su corazón la Palabra de Dios, y esa Palabra la transformó en Madre y discípula bienaventurada por todos los siglos.
Podremos tener respaldo monetario, lujosas viviendas, una férrea malla de contención religiosa y social; más, frente a las tormentas que toda existencia suele atravesar, ahí saltan a la vista los fundamentos verdaderos, reales, decisivos.
Esta vida que se nos ha concedido generosamente tiene el mandato de volverse casa Palabra, en donde se vive como Jesús, se ama como Jesús, se sirve como Jesús, roca firme que no conoce derribos.
Paz y Bien
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