Para el día de hoy (06/06/20):
Evangelio según San Marcos 12, 38-44
Cuando leemos la Palabra, cuando en verdad queremos que nos interpele y nos transforme, pueden sucedernos cosas maravillosas y sorprendentes. Es una disposición de escucha atenta, eso mismo que solemos malinterpretar como obediencia -que en su raíz latina significa precisamente ello, ob audire, escucha atenta-.
Lo que puede resultarnos de utilidad en estos menesteres es dejar volar nuestra imaginación y ubicarnos en el momento y lugar en el que Jesús enseñaba.
Estamos en el Templo de Jerusalem. Pertenecemos a un pueblo para el que esa construcción es mucho más que un sitio de culto: ese Templo enorme es el centro de nuestra fé, es el eje de nuestra identidad y pertenencia y hacia allí siempre volvemos y miramos porque allí se define todo lo que somos como nación.
Nos impresiona la magnificencia de la construcción, estamos preocupados por cumplir con los preceptos del culto, la multitud que vá y viene en afanes similares a los nuestros nos aturde. Y a aquellos que gustan de ser reconocidos por sus vestimentas deslumbrantes, por optar siempre por los primeros lugares, por volcar en las alcancías de la limosna importantes sumas de modo ostensible los vemos pero le restamos importancia. Nos hemos acostumbrado a ellos, son una parte habitual de nuestra vida religiosa e inferimos que está bien, que es normal y que son razonables sus actitudes porque constituyen también todo aquello que somos.
Allí mismo, en medio de tanta pompa y de esa multitud que desdibuja los rostros se encuentra una viuda pobre, triplemente condenada por ser mujer, por no tener nadie que la defienda y con el agravante de su pobreza. Es una nadie, es invisible, ella no cuenta y nadie la vé. Las dos leptas que arroja en las alcancías ni siquiera llegan a hacer un ruido menor que, aunque sea, nos haga desviar los ojos hacia el origen de ese sonido.
Sin embargo, el Maestro nos llama la atención tratando de encendernos la mirada.
Jesús de Nazareth es el que mejor conoce los corazones de las gentes, y es de todos nosotros el único capaz de ver más allá de lo evidente. Esa mujer ha puesto su subsistencia -ella misma- en donde verdaderamente cuenta, en manos de Aquél que hace valiosa y única la existencia, Aquél que debería ser el centro de nuestras esperanzas y nuestras expectativas.
Esas dos moneditas son santas, y son todo un desafío a un sistema que privilegia la exterioridad, las prebendas y jerarquías, que ignora y ningunea a los pequeños, que se ha vuelto incapaz de reconocer en donde está lo importante, lo que cuenta, lo que decide y que anticipa el sacrificio de Jesús en la cruz, dando todo de sí mismo sin reservarse nada, confiando en Aquél que es vida plena y que lo reafirmará para siempre en la Resurrección.
Quizás debamos volver a tener esa capacidad que perdimos de ver y mirar a los que nadie mira ni vé, a aquellos que son lo mejor que tenemos, aquellos que renuevan la esperanza en la justicia y edifican el Reino desde la humildad y el silencio, ofreciendo sus existencias para que otro sobreviva y viva, transformando las pequeñísimas moneditas de lo que son y somos en un tesoro incalculable porque destellan la luz de Aquél que renueva, recrea y derramas fortunas incontables de bondad y compasión en el tiempo nuevo de la Gracia y la Misericordia.
Quiera el Espíritu que nos volvamos así de desafiantes, tiernamente solidarios, humildemente cuestionadores, silenciosamente compasivos.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario