Para el día de hoy (05/06/20):
Evangelio según San Marcos 12, 35-37
A través de los siglos, el pueblo de Israel sufrió exilios, persecuciones, severas derrotas militares que condujeron a millares de personas a la diáspora y a la esclavitud, la destrucción de su Templo, la tierra santa hollada por huestes de ejércitos extranjeros.
Por ello mismo, las esperanzas en la llegada de un Mesías prometido por los profetas estaban no sólo justificadas, sino que se exacerbaban con el correr del tiempo. A la vez, ello conducía a los doctores de la Ley -intérpretes oficiales de las Escrituras- a lecturas equivocadas de la palabra acerca del Mesías prometido.
Esa exégesis errónea -que a su vez se trastocaba en propaganda política- tiene cierta secuencia lógica: sus interpretaciones de la Palabra de Dios estaban teñidas por sus ansiedades, al punto de relatar a un Mesías que estuviera de acuerdo a sus propias necesidades puntuales, personales o sectoriales.
Así, el Mesías de Israel sería hijo/descendiente del rey David, o sea, un Mesías vestido de realeza que conduciría al pueblo a una victoria por sobre sus enemigos.
Para los saduceos, sería un Mesías que ejercería el poder de un modo tan despótico como ellos mismos.
Para los fariseos, sería un Mesías sacerdotal que cumpliría a rajatabla los preceptos de la Ley, de un modo fanático y fundamentalista.
Para los zelotas, sería un Mesías guerrero que encabezaría la victoria contra el opresor romano por medio de la espada.
Para los pobres -los anawin de Yahveh- el Mesías será un Siervo de Dios anunciado por Isaías, tan pobre como ellos mismos que los liberaría de toda cautividad.
Jesús de Nazareth hace otra reflexión de las Escrituras para que sus oyentes se acerquen a la verdad. Él no se presenta abiertamente como Mesías, como Ungido, pero despeja esos errores que obnubilan la verdad.
Aún así, no deja de ser un hombre pobre, un humilde profeta galileo de tonada campesina que habla extrañamente de un Dios que es Padre, que es Amor, que es liberación de todas las opresiones. Y todo ello lo refrendará con el sacrificio inmenso de la cruz.
Es menester que el Maestro vuelva a interpelarnos, para barrernos todo aquello que nos conduce a buscar un Cristo conforme a nuestras necesidades, adaptable a nuestros esquemas, que nos resulte cómodo, teñido de ansiedades e ideologías, ajeno al Dios con nosotros, redentor de nuestras cadenas, compañero de nuestros caminos, hermano y amigo, un Salvador que hace plena nuestras existencias y nos convida a su mesa inmensa en alegría que no tiene fin.
Paz y Bien
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