Para el día de hoy (22/10/18):
Evangelio según San Lucas 12, 13-21
Por entre la nutrida multitud un hombre requiere que el Maestro intervenga en una disputa familiar por una herencia: los rabbíes no sólo interpretaban la Torah, sino que eran socialmente la autoridad moral y hasta jurídica que mediaban y arbitraban en las disputas. Quizás por su fama de rabbí galileo es que se lo busca, pero en el talante de ese hombre -lo podemos inferir de su tono- no hay una búsqueda de enseñanza, sino la exigencia de un pronunciamiento por parte de Jesús de Nazareth que lo favorezca en su interés personal.
No le interesa la Palabra, sino apenas una palabra acorde a su conveniencia.
Pero el Maestro no quiere embarcarse en esas cuestiones. No es árbitro de intereses menores, y el planteo no conduce a nada. Prefiere ir a la raíz misma de la disputa, la codicia que separa hermanos, destruye vínculos, arrasa corazones a puro egoísmo, y así brinda -a su audiencia de aquel entonces y a todos nosotros- la llamada parábola del rico insensato.
Hay un distingo que sobrevuela todo el carácter de ese terrateniente, y es que monologa, habla para sí mismo. Es un hombre rico que incrementa su fortuna por una cosecha abundante: frente a ello imagina un futuro próximo a puro disfrute y pereza, una vida de placer sin asomo de trabajo.
Planea derribar los viejos graneros y edificar unos más grandes para acumular el centro de su fortuna, esa cosecha inverosímil que es fruto del esfuerzo de muchos campesinos, más no del propio.
Debemos despojarnos de cualquier filtro ideológico. El monólogo de ese hombre dice primero yo, luego yo, siempre yo. No hay otro ni hay Dios, sólo él mismo, y en esa acumulación olvida que el granero primordial ha de ser el plato vacío de los necesitados, de los hambrientos Esos son los graneros que es menester colmar siempre.
Es un insensato porque los bienes -el dinero- no compran la vida, porque nada nos llevaremos y porque en el altar de la codicia acontecen sacrificios humanos, por fiero que suene, pues en ese ara cruel se sacrifica la existencia del hermano.
Dios nos libre de todos los argumentos que justifican la pobreza impuesta. Dios nos ampare de los opulentos razonadores de miseria del pueblo.
La codicia es un horizonte estrecho en donde no hay Dios ni prójimo y que conduce a la violencia y a las peores catástrofes, pues no es posible la fraternidad, se reniega del Reino y se cercena todo asomo de justicia.
Paz y Bien
1 comentarios:
Saber compartir los bienes...sabiendo que de esta tierra nos iremos sin nada. Sólo, con la Esperanza en la Misericordia de Dios. Paz y Bien! Buena Semana para Todos, y recemos unos por otros.
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