Para el día de hoy (23/10/18):
Evangelio según San Lucas 12, 35-38
En la memoria de Israel, tener ceñidas las vestiduras inevitablemente traía la memoria colectiva del Éxodo, de aquellos esclavos que debieron partir de Egipto hacia la tierra prometida, pues las ropas ceñidas no estorban, y permiten andar más rápido, con facilidad y sin tropiezos. Por ello, su mención por parte del Maestro no es fortuita, y responde a una característica principal de la identidad cristiana: se trata de vivir siempre disponibles para emprender caminos, el desinstalarse de las comodidades que nos aprisionan, alegres renegados de los conformismos porque somos peregrinos del Reino.
La lámpara encendida es la que alumbra, aún con tenue llama, en medio de todas las sombras y las tinieblas, la que se alimenta del aceite de la fé, de la esperanza, del amor.
La vida cristiana es una vida de esperanza, una esperanza que ante todo es espera atenta de Buenas Noticias que, sabemos y confiamos, han de llegar, en el horizonte magnífico del Señor que regresará para hacer plenos los tiempos y la historia, en la comunión definitiva de Dios con la humanidad.
Espera atenta a la voz de Cristo y a los signos del Espíritu que siguen floreciendo entre nosotros, con la tenacidad propia de un Padre que nos ama, nos busca y no nos abandona.
Esa espera no significa abonar posturas de pura praxis, pero tampoco de abstracciones. Los términos medios y tibios tampoco tienen nada que ver con el Evangelio. Mucho más allá de una religión convencional que se acota a los ritualismos cerrados en los templos, o a las adhesiones doctrinales, la esperanza es la certeza de un destino de felicidad inscrito en los sueños de Dios para todas sus hijas e hijos, existencias transformadas y fructíferas por el paso Salvador de Cristo por sus vidas, al que esperan confiados porque saben que volverá a reunir la familia dispersa, a convidar a la mesa grande de la vida compartida.
Paz y Bien
La lámpara encendida es la que alumbra, aún con tenue llama, en medio de todas las sombras y las tinieblas, la que se alimenta del aceite de la fé, de la esperanza, del amor.
La vida cristiana es una vida de esperanza, una esperanza que ante todo es espera atenta de Buenas Noticias que, sabemos y confiamos, han de llegar, en el horizonte magnífico del Señor que regresará para hacer plenos los tiempos y la historia, en la comunión definitiva de Dios con la humanidad.
Espera atenta a la voz de Cristo y a los signos del Espíritu que siguen floreciendo entre nosotros, con la tenacidad propia de un Padre que nos ama, nos busca y no nos abandona.
Esa espera no significa abonar posturas de pura praxis, pero tampoco de abstracciones. Los términos medios y tibios tampoco tienen nada que ver con el Evangelio. Mucho más allá de una religión convencional que se acota a los ritualismos cerrados en los templos, o a las adhesiones doctrinales, la esperanza es la certeza de un destino de felicidad inscrito en los sueños de Dios para todas sus hijas e hijos, existencias transformadas y fructíferas por el paso Salvador de Cristo por sus vidas, al que esperan confiados porque saben que volverá a reunir la familia dispersa, a convidar a la mesa grande de la vida compartida.
Paz y Bien
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