Para el día de hoy (20/10/18):
Evangelio según San Lucas 12, 8-12
Nunca, por ningún motivo, debe razonarse ni justificarse la violencia, la brutalidad para con los mansos, los pequeños, los indefensos.
Se vive en una vorágine de morbosa velocidad, y ello conlleva a la pérdida de sentido, al extraviarnos en la locura cotidiana y así, perder de vista lo importante, lo que cuenta, lo que permanece y no perece.
En esos vertiginosos desvaríos, asumimos que el martirio cristiano se acota a la Iglesia temprana, quizás la imagen de los cristianos en el Coliseo romano. Pero hoy, en este preciso momento, hermanos nuestros ofrendan su vida por fidelidad a la fé que profesan, tal vez en mayor medida en Siria y en una cantidad mucho mayor a los tiempos de los césares. La muerte decidida en algunos escritorios y ejecutadas por las bestias del odio, en nombre de una pretensa fé que elimina al impar, al distinto.
Aún así, con sus templos aniquilados y mancillados, su fé como un blanco fosforescente para que tomen puntería en sus corazones, aún cuando muchos salen de sus refugios a misa y no saben si regresan, aún cuando no hay agua, comida, escuela ni doctor, ellos siguen firmes, frutales, tan íntegros que desarman cualquier análisis menor.
Se vive en una vorágine de morbosa velocidad, y ello conlleva a la pérdida de sentido, al extraviarnos en la locura cotidiana y así, perder de vista lo importante, lo que cuenta, lo que permanece y no perece.
En esos vertiginosos desvaríos, asumimos que el martirio cristiano se acota a la Iglesia temprana, quizás la imagen de los cristianos en el Coliseo romano. Pero hoy, en este preciso momento, hermanos nuestros ofrendan su vida por fidelidad a la fé que profesan, tal vez en mayor medida en Siria y en una cantidad mucho mayor a los tiempos de los césares. La muerte decidida en algunos escritorios y ejecutadas por las bestias del odio, en nombre de una pretensa fé que elimina al impar, al distinto.
Aún así, con sus templos aniquilados y mancillados, su fé como un blanco fosforescente para que tomen puntería en sus corazones, aún cuando muchos salen de sus refugios a misa y no saben si regresan, aún cuando no hay agua, comida, escuela ni doctor, ellos siguen firmes, frutales, tan íntegros que desarman cualquier análisis menor.
Ellos no esconden su fé, a pesar de todos los peligros evidentes y de los horrores circundantes.
Confiesan al Cristo que ha pasado con vida y liberación por sus existencias y que nunca los abandona.
A pesar de los espantos, el árbol de la Iglesia sigue brindando frutos de santidad por la sangre de los mártires que lo nutren y el Espíritu que la fecunda.
Paz y Bien
A pesar de los espantos, el árbol de la Iglesia sigue brindando frutos de santidad por la sangre de los mártires que lo nutren y el Espíritu que la fecunda.
Paz y Bien
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