Para el día de hoy (05/10/18):
Evangelio según San Lucas 10, 13-16
Los ayes de Jesús dirigidos a las ciudades de Corazín y Betsaida deberían resonar en nuestros oídos. Más aún, lastimarnos, sacudirnos, desinstalarnos.
Porque Él ha pasado, pasa y pasará por la vereda de nuestra existencia; a diario suceden milagros y a diario, nos volvemos incapaces de verlos.
Y entonces sucede la tragedia: estamos tan aferrados a convicciones engañosas -aún cuando seamos asiduos participantes formales de lo litúrgico y consuetudinarios cumplidores de preceptos- que no nos hace mella la presencia del Maestro en nuestra vida. Nos conformamos con una falsa imagen de Él, se nos hace más cómodo entreverlo como una estatua o un dibujo inmóvil carente de vida.
Pero la vida plena es movimiento constante, transformación y crecimiento con la confianza y la certeza de la semilla de mostaza, existencia que se acrecienta... Eso que llamamos conversión.
A tal punto podemos llegar, que nos volvemos sordos a toda palabra pronunciada por los amigos del Maestro, que nos envía para servirnos y conducirnos de regreso al lugar de donde jamás deberíamos habernos ido.
Desde un silencio humilde y orante, hemos de volver a reencontrarnos con ese Jesús vivo y presente en nuestras vidas, para que esta familia grande con destino eterno que llamamos Iglesia se vuelva frondoso árbol de cobijo para tantos pájaros dispersos a los cuatro vientos... o el dolor de ser un miserable reducto de unos pocos convencidos de sí mismos, carentes de corazón y discapacitados de conversión.
Paz y Bien
Porque Él ha pasado, pasa y pasará por la vereda de nuestra existencia; a diario suceden milagros y a diario, nos volvemos incapaces de verlos.
Y entonces sucede la tragedia: estamos tan aferrados a convicciones engañosas -aún cuando seamos asiduos participantes formales de lo litúrgico y consuetudinarios cumplidores de preceptos- que no nos hace mella la presencia del Maestro en nuestra vida. Nos conformamos con una falsa imagen de Él, se nos hace más cómodo entreverlo como una estatua o un dibujo inmóvil carente de vida.
Pero la vida plena es movimiento constante, transformación y crecimiento con la confianza y la certeza de la semilla de mostaza, existencia que se acrecienta... Eso que llamamos conversión.
A tal punto podemos llegar, que nos volvemos sordos a toda palabra pronunciada por los amigos del Maestro, que nos envía para servirnos y conducirnos de regreso al lugar de donde jamás deberíamos habernos ido.
Desde un silencio humilde y orante, hemos de volver a reencontrarnos con ese Jesús vivo y presente en nuestras vidas, para que esta familia grande con destino eterno que llamamos Iglesia se vuelva frondoso árbol de cobijo para tantos pájaros dispersos a los cuatro vientos... o el dolor de ser un miserable reducto de unos pocos convencidos de sí mismos, carentes de corazón y discapacitados de conversión.
Paz y Bien
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