Los Santos Ángeles Custodios
Para el día de hoy (02/10/18):
Evangelio según San Mateo 18, 1-5. 10
La fiesta y memorial de los Santos Ángeles Custodios que hoy celebramos tiene profundas raíces bíblicas y a su vez siempre reverdece en el corazón del pueblo de Dios. A veces, nos remite a tiempo de infancia, a ternura, a ciertas seguridades que rompen las soledades. A veces también parece frenarse en imágenes cuasi caricaturescas, antropomórficas o, más frecuentemente, en tendencias naif cuyo mayor riesgo es el ocultar una fé sin raíces ni conversión, una religiosidad light que apenas calma las conciencias culposas.
Pero la certeza de sabernos acompañados por los ángeles custodios es a su vez signo cierto de la presencia trascendente de Dios en la existencia humana.
Frente a los celos y ambiciones presentes en la primera comunidad cristiana, y que perduran a través del tiempo en la Iglesia, el Maestro es contundente: quien no se haga como un niño, quien no cambie y no se haga como un niño, no entrará al Reino.
Es menester señalar dos cuestiones importantes. Por un lado, el tiempo santo de la Gracia y la misericordia que Cristo ha inaugurado tiene la impronta definitiva del aquí y el ahora, y no refiere solamente a recompensas o castigos post mortem. El Reino está muy cerca.
Por el otro, hacerse como niños no es compulsa involutiva o un llamado a la ingenuidad, a una conciencia pueril.
En tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, un niño carece de derechos legales. Está indefenso excepto por la protección que le brinde su padre, y por ello es completamente vulnerable. En su debilidad, posee la magnífica ventaja de saber alegrarse y valorar los regalos, la mirada de asombro, la sencillez. Por eso es que cuando el Maestro habla de los pequeños, habla de los niños y de los que son como ellos, los pobres, los excluidos, los indefensos, los descartados de un mundo que se vanagloria de rendir culto a los poderosos, a esos que se dicen grandes a fuerza de aplastar pequeños.
Porque hay pequeños en tanto y en cuanto hay otros que se consideran grandes, con mayores derechos adquiridos -o comprados- y prerrogativas que defenderán aún a costa de la vida de los demás.
En el rostro de los pequeños resplandece el rostro de Aquél que nos amó hasta la muerte y más también. La presencia santa de Dios destella en los ojos de los pequeños, y son sus ángeles quienes a coro nos cantan esa compañía eterna en nuestra cotidianeidad.
A nosotros nos queda recuperar el centro de nuestras preocupaciones y el culto verdadero, que es la compasión y el servicio.
Y redescubrir con serena confianza y mansa alegría a ese compañero, mensajero de Buenas Noticias que se nos ha concedido para que no se nos pierda la esperanza ni nos extraviemos en los sinsentidos.
Paz y Bien
Pero la certeza de sabernos acompañados por los ángeles custodios es a su vez signo cierto de la presencia trascendente de Dios en la existencia humana.
Frente a los celos y ambiciones presentes en la primera comunidad cristiana, y que perduran a través del tiempo en la Iglesia, el Maestro es contundente: quien no se haga como un niño, quien no cambie y no se haga como un niño, no entrará al Reino.
Es menester señalar dos cuestiones importantes. Por un lado, el tiempo santo de la Gracia y la misericordia que Cristo ha inaugurado tiene la impronta definitiva del aquí y el ahora, y no refiere solamente a recompensas o castigos post mortem. El Reino está muy cerca.
Por el otro, hacerse como niños no es compulsa involutiva o un llamado a la ingenuidad, a una conciencia pueril.
En tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, un niño carece de derechos legales. Está indefenso excepto por la protección que le brinde su padre, y por ello es completamente vulnerable. En su debilidad, posee la magnífica ventaja de saber alegrarse y valorar los regalos, la mirada de asombro, la sencillez. Por eso es que cuando el Maestro habla de los pequeños, habla de los niños y de los que son como ellos, los pobres, los excluidos, los indefensos, los descartados de un mundo que se vanagloria de rendir culto a los poderosos, a esos que se dicen grandes a fuerza de aplastar pequeños.
Porque hay pequeños en tanto y en cuanto hay otros que se consideran grandes, con mayores derechos adquiridos -o comprados- y prerrogativas que defenderán aún a costa de la vida de los demás.
En el rostro de los pequeños resplandece el rostro de Aquél que nos amó hasta la muerte y más también. La presencia santa de Dios destella en los ojos de los pequeños, y son sus ángeles quienes a coro nos cantan esa compañía eterna en nuestra cotidianeidad.
A nosotros nos queda recuperar el centro de nuestras preocupaciones y el culto verdadero, que es la compasión y el servicio.
Y redescubrir con serena confianza y mansa alegría a ese compañero, mensajero de Buenas Noticias que se nos ha concedido para que no se nos pierda la esperanza ni nos extraviemos en los sinsentidos.
Paz y Bien
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