Albergar la Palabra en el hogar de nuestro corazón













Para el día de hoy (09/10/18):

Evangelio según San Lucas 10, 38-42








Marta y María, María y Marta.
Se ha reflexionado y escrito largamente a través de los siglos acerca de esta lectura; muchas veces, intentando contraponer las actitudes de las dos hermanas.
Quizás esa interpretación no le haga justicia al mensaje principal que la Palabra de Vida quiere dejar germinar en nosotros.

Como en todo el Evangelio según San Lucas, el camino del Maestro es un ascenso peregrinante hacia Jerusalem, al encuentro de su Pasión.
Y en ese caminar vá construyendo comunidad, y con esas entrañas maternas del Dios de la Vida, vá gestando discípulos.

En ese caminar -literal y simbólico- pasa por un pueblo que se presupone Betania.
El camino puede agotar, y es necesario el descanso: ¿qué mejor lugar para ello que en casa de amigos?

Hemos de estar atentos a los signos, señales que tratan de dirigir nuestra mirada a lo realmente importante...

Si por un momento contemplamos este pasaje de la Escritura desde un punto de vista estrictamente literario, vemos que tiene un tinte indeleblemente femenino: Marta y María son el paradigma del servidor y el discípulo.
Dos mujeres: Jesús supera toda especulación de género, y su enseñanza se nos vuelve realmente revolucionaria, en ese entonces y en nuestro tiempo también.

Las hermanas brindan su hospitalidad a un viajero; sin embargo, no es un viajero más. Es, ante todo, un amigo y es su Maestro.

Marta lo recibe en su casa, y prepara la mesa.
María lo recibe en su hogar, en su corazón.

El Maestro ama por igual a las dos.

María está sentada a sus pies, todo su ser bebiendo del agua viva que brota de las palabras del Maestro: María está allí como dócil discípula de la Palabra, y se deja llevar por la fuerza de vida que emana del Señor.

Marta está preocupada por todas las tareas que involucra recibir en casa a tanta gente; Jesús no iba solo de camino, por lo que es dable pensar que en esa casa se recibieron, al menos, a trece personas. Quiere hacer gala de la hospitalidad, quiere honrar a su amigo y Maestro, pero se deja llevar por la fuerza centrífuga de la ansiedad.
Sin dudas también quería escuchar y conversar con su Amigo; pero se perdió en el laberinto que a veces nos fabricamos cuando nos perdemos en la pura praxis, cuando perdemos la dirección y el sentido.
Marta no se equivoca: como en pocas ocasiones en los Evangelios, no lo llama Jesús, lo llama Señor, lo reconoce como su Salvador.

Pero la absorbe el fragor de las cosas, y se dispersa y nos dispersamos: creemos que las cosas las hacemos solos, y nace el reclamo a Dios -¡no puedo hacer todo, no te das cuenta!-

Aún así, el Maestro no reprende. Antes bien, habla con palabras cálidas y calmas, y llama a Marta y a cada uno de nosotros por nuestros nombres. Todo es personal.
Y más todavía: no es reprochable la actitud de Marta, -¡todo lo contrario!- es muy buena... sin embargo la actitud de María es la mejor, pues ha sabido descubrir lo decisivamente importante, lo que en verdad cuenta: no se trata de todo lo que se pueda hacer por Jesús, sino que el Maestro ha venido a casa, a nosotros y quiere Él hacer todo por nosotros. Quiere que tengamos una nueva vida, y eso sucede cuando hay una escucha atenta de la Palabra, de tal modo que la Palabra nos transforme de una vez y para siempre. Nada será igual, y nadie podrá quitárnoslo.

Quizás -descubriéndonos en ellas dos, en Marta y en María- nos reencontremos con lo primordial: que tenemos un destino de servidores porque, ante todo, hemos sido llamados a ser discípulos.
Y nuestra respuesta ha sido brindar una cálida hospitalidad a la Palabra en el hogar de nuestro corazón.
Allí comienza todo, allí está arraigado el génesis de nuestra existencia.

Una última mención: quizás las cosas más sencillas se nos vuelven obvias y por eso mismo, se nos escurren como arena entre los dedos.
Esa María discípula, a los pies del Maestro dejándose invadir y transformar por la Palabra nos remite a otra María a la que Jesús conocía muy pero muy bien.

María, su Madre, su hermana, la primer y mejor discípula.

Paz y Bien

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