Responsabilidades




Para el día de hoy (21/10/15): 

Evangelio según San Lucas 12, 39-48




En los tiempos de las primeras comunidades cristianas se vivía la inminencia de la Parusía de un modo, digamos, natural. Ellos tenían la certeza de que el Señor regresaría en cualquier momento, y esa certeza caracterizaba el modo radical que tenían de vivir el Evangelio. 
Es razonable imaginar que los creyentes de aquel tiempo, en pos de la escatología que era parte de su cotidianeidad, reflexionaran constantemente acerca de sus responsabilidades pues estaba a sus puertas una etapa de rendición de cuentas pero también de reencuentro.

Con el transcurrir de los siglos, esa percepción se fué desdibujando, en parte claro está, por la propia acumulación de años que ponían cierta distancia de la Resurrección y de la inminencia del regreso. No obstante ello, es frecuente encontrar en la historia de los pueblos momentos en los que vuelve a estar en la palestra esa urgencia espiritual, a veces impulsada por las angustias y los sufrimientos -que el Señor vuelva para que se terminen este infierno terrenal-, y también a causa de los desvíos de la fé: el miedo en ámbitos religiosos es una eficaz herramienta de dominio para agobiar a los pequeños.

A nosotros, mujeres y hombres del siglo XXI, el regreso del Señor quizás se nos ha hecho abstracto, teologal sin encarnar, como si no tuviera incidencia en el tiempo que nos toque vivir. O en el mejor de los casos, refiera a una condición post mortem.
Pero en verdad, el retorno definitivo de Cristo debería ser para nosotros motivo de alegre esperanza y de horizonte que nos revista de significado y  trascendencia.

Así entonces la pregunta que Pedro le realiza al Maestro acerca del destino de su enseñanza -¿a nosotros o a todos?- cobra para todos el pueblo de Dios una trascendente relevancia.
Mucho se nos ha confiado, y más que considerar cosas, bienes o posesiones, antecede la confianza que Dios ha depositado en cada uno de nosotros, sin merecerlo siquiera, a pura generosidad, en los asombros absolutos del amor de Dios.

Deberíamos despejarnos todos los miedos y las potenciales amenazas, y adquirir plenas responsabilidades en el cuidado del hermano y de la tierra en la única sintonía agradable, ese amor infinito, generoso e incondicional que Dios nos tiene. 
Desde la Gracia de Dios y transformados por ella, como María de Nazareth, todo es posible, la justicia, la fraternidad, la alegría, pues aunque nada nos pertenece, todo está en nuestras manos, y el Señor está de regreso a cada instante, amigo y compañero fiel.

Paz y Bien
 



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