El fin del silencio






Domingo 30° durante el año

Para el día de hoy (25/10/15): 

Evangelio según San Marcos 10, 46-52


Jericó tiene una nutrida historia grabada en la memoria de Israel, y se encuentra a pocos kilómetros de la capital y corazón del pueblo judío, Jerusalem. Aún cuando está a treinta kilómetros, prácticamente es un suburbio jerosolimitano.

Por eso mismo, esta cercanía no es solamente geográfica sino ante todo espiritual, y es el motivo primordial de que el Evangelista Marcos nos sitúe allí: no estamos tanto a las puertas de la Ciudad Santa, estamos a las puertas de la Pasión de Cristo, el signo total del absoluto amor de Dios que expresa ese Cristo que vá hacia esa ciudad revestida de tinieblas, terror y odios.
Aún así, Jesús de Nazareth sigue a paso firme, nada lo ha de detener y será su decisión absolutamente libre y fiel la que desatará los días aciagos de la Pasión, una Pasión que es fruto de la fidelidad del Señor y no por el encono tenaz de sus enemigos.

A la vera de la ruta se encuentra un hombre ciego, sobre el manto en el que recoge las limosnas. El Evangelista nos recuerda su nombre -Bartimeo- quizás para destacar ese encuentro en clave personal y nó abstracta, un rostro concreto de un hombre que languidece a la vera de la existencia, como un accidente en el paisaje, pues la enfermedad, en la mentalidad religiosa de ese tiempo, es un estigma, una justa condena a causa del pecado, una impureza ritual que conviene evitar.

Pero este hombre, al paso de Jesús de Nazareth y sus discípulos, no se resigna y persiste firme en su confianza, a pesar del mundo oscuro en el que está inmerso.
Habitualmente, el Maestro no quería que se divulgara su identidad y misión mesiánicas: pero ya es tiempo de definiciones absolutas, el tiempo de la Pasión, y por ello no contradice al clamor de Bartimeo, que le suplica identificándolo como Hijo de David, la fórmula tradicional para nombrar al Mesías de Israel.

El momento es solemne por lo que está por suceder. Pero algunos -en aquél entonces y ahora también- confunden solemnidad con acartonamiento silencioso: solemnidad es guardar respeto e importancia en el corazón, y no acallar al hermano que sufre en mantos de indiferencia razonada.
La escena es magnífica: Bartimeo que grita y los discípulos que lo quieren callar, y Bartimeo que grita más fuerte en la medida que la censura de los otros le quiere impedir dirigirse por sí mismo al Cristo que pasa por su vida.

Es el fin del silencio. No debe ocultarse de ningún modo la identidad salvadora de Cristo, no se debe hacer silencio frente a un mundo a la deriva, con todo y a pesar de todo y de todos.
Es menester escuchar al hermano, y nunca -jamás- esconder la voz del hermano que sufre. El paso redentor de Cristo restaura la salud de Bartimeo, y por su gratitud éste se convierte en discípulo, deja todo atrás y lo sigue, hombre nuevo y pleno.

Que nosotros también supliquemos confiados al Cristo de nuestra salvación que podamos mirar y ver la tenaz ternura de Dios y su rostro, que resplandece en los pobres, los enfermos, los pequeños.

Paz y Bien

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