Para el día de hoy (09/10/15):
Evangelio según San Lucas 11, 15-26
El ministerio de Jesús de Nazareth no pasaba inadvertido, de ninguna manera. Los pobres y los pequeños -los anawin del Señor- se admiraban y alegraban del bien que se prodigaba con esa infinita y asombrosa generosidad.
Otros, cegados en sus esquemas y presos de sus odios, inferían que todo lo que el Maestro hacía era a causa de un poder demoníaco. A otros parecía no bastarle las acciones de salud y liberación que acontecían ante sus ojos y exigían signos espectaculares que revalidaran el origen divino de esas acciones.
Sin embargo, es de suponer con facilidad que aunque el cielo se abriera ante sus ojos y danzaran los planetas, tampoco se convencerían, pues predominaba su prejuicio. Lo que también es claro es que se creían con derecho a exigir credenciales que ellos mismos autenticaran, en desmedro falaz de la Salvación presente y viva allí mismo.
La realidad es que el Reino está allí y aquí, entre ellos, entre nosotros, bendición en tiempo presente. Es el tiempo santo del Go'El de Dios, del más fuerte, del Libertador, ante quien no hay mal que pueda resistirse.
Ese Reino tan cercano a todos los corazones es justicia y liberación de todos los demonios que nos hacen decrecer en humanidad, que nos abren abismos ante Dios y ante los hermanos.
Pero el poder del más fuerte es un poder muy extraño, que no se condice con los parámetros mundanos que solemos utilizar como rasero que iguala hacia abajo. Es el poder de la vida ofrecida, del servicio, del amor que ofrece la vida de manera incondicional y absoluta, poder que libera, que sana, que salva.
El poder de Cristo ha sido confiado a la comunidad cristiana. Precisamente, ese poder del bien es un poder que no admite espectadores, ni confortables religiosidades de amores rituales sin compromiso ni compasión.
Frente a ello, que es invitación y misión, no hay posibilidad de tibiezas, de medias tintas.
La Buena Noticia compromete en la magnífica libertad de los hijos de Dios.
Paz y Bien
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