Para el día de hoy (31/10/15):
Evangelio según San Lucas 14, 1. 7-11
En la lectura que hoy meditamos, es importante tener en cuenta el ambiente en el que se desarrolla: Jesús de Nazareth se encamina a paso firme y libre a Jerusalem, a su Pasión, y unos momentos antes -como leíamos ayer- ha curado frente a esos fariseos a un hombre hidrópico, poniendo en evidencia la persistente enfermedad del alma de esas personas tan atentas a que Él se equivoque o cometa infracciones a la ortodoxia imperantes que ellos celosamente guardan y defienden.
Él esta convidado a un banquete solemne, el del Shabbat, en el que se cumplía a rajatabla un riguroso protocolo religioso: en aquel tiempo, no se trataba de mesas tales como las que conocemos hoy, sino de una suerte de divanes en donde los comensales se reclinaban, comían y conversaban. En esos banquetes, muchos desesperaban por ubicarse cerca del principal, del que convidaba, del dueño de casa que solía ser importante o notorio, porque a mayor cercanía mayor importancia y honor.
Pero también los rigores cultuales limitaban puntillosamente el acceso a los banquetes, que eran mesas para pares, para iguales, mesas en los que no hay sitio para el extraño, el extranjero, el que es distinto, el que no cumple con las estrechas pautas.
El Maestro amaba las mesas como ámbito de encuentro y celebración, de enseñanza, de vida compartida. En las mesas de Cristo siempre pasan cosas buenas. Quizás sean mesas más modestas en su conformación, pero son mesas en donde hay muchísimos convidados. O mejor dicho, en donde a nadie se rechaza, y en donde -a contramano de la lógica del mundo- el honor mayor se encuentra en el servicio, en ceder el lugar a otro, en irse hacia el fondo para que los últimos den un paso adelante. Y se invita a los que nadie, en su sano juicio invitaría.
En la mesa de Cristo la justicia y la liberación florecen y por ello se brinda, en la mesa de Cristo se celebra la vida del otro como una bendición, en la mesa de Cristo el pan compartido es signo de la vida que se multiplica porque se ofrece sin condiciones.
Paz y Bien
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