San Juan Pablo II, Papa
Para el día de hoy (22/10/15):
Evangelio según San Lucas 12, 49-53
La lectura a la cual nos convoca la liturgia para este día nos presenta a un Cristo cuya imagen no se condice con aquellas que más nos gustan o simpatizan, el Cristo que dibujamos en las estampas y en nuestras mentes con la mirada perdida en el cielo, de rostro dulcificado que entreabre sus vestiduras y exhibe su Sagrado Corazón, un Cristo a imagen y semejanza de nuestras conveniencias y nuestros miedos.
Pareciera, por ello, que el Cristo de esta lectura fuera otro, tan distinto que opuesto a ese molde preconcebido, inocuo, un placebo espiritual y abstracto de los juegos mentales que no hace ni bien ni mal, un Mesías con edulcorante.
Pero este Cristo que afirma traer fuego y división confunde, desestabiliza, nos despeina las seguridades falsas, y es menester afirmarnos en el Espíritu que inspira la lectura y nó en su pura literalidad.
El bautismo en el Espíritu y el fuego que Él viene a traernos y a la vez ansía no es un fuego destructor, el de las amenazas latentes de castigo por los pecados.
Son las lenguas de fuego de Pentecostés, la que inevitablemente conducen a una vida nueva, a hombres y mujeres plenamente libres que pueden hacerse entender por todos los pueblos a pesar de las diferencias.
Es el fuego que despierta los corazones adormecidos, que restaura la vida en plenitud, que forja el milagro de germinar el amor en el corazón humano, amor que es servicio, que es justicia, que es fraternidad.
Simbólicamente y para todas las religiones, un bautismo implica sumergir al nuevo creyente bajo las aguas, muriendo a lo viejo, y hacerlo emerger con una vida nueva. Cristo será tragado por las fauces de la muerte y emergerá resucitado a la vida definitiva y eterna, pues la muerte no tiene la última palabra.
Un compromiso así divide las aguas con un antes y un después, éxodo nuevo que deja atrás toda esclavitud. Más el camino de la liberación no es fácil ni sencillo, y los conflictos presentes no desaparecen con sólo negarlos u ocultarlos.
Un compromiso que dejará en evidencia quien vive la radicalidad del Evangelio, la locura de dar la vida para que otros vivan, de hacerse ofrenda. Un compromiso que deja en evidencia a las tibiezas, las comodidades y que impulsa a jugarse sin reservas por el bien de los hermanos, para mayor Gloria de Dios.
Paz y Bien
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