Para el día de hoy (30/11/13):
Evangelio según San Mateo 4, 18-22
(Ese Cristo caminante por Galilea es una constante que supone mucho más que una mera información geográfica.
Por ubicación y por historia, Galilea y sus habitantes estaban siempre bajo sospecha, cuando no bajo un abierto desprecio. Periférica a la metrópoli de Jerusalem, en varias oportunidades fué ocupada por los invasores de Israel, los que dejaron colonias y huellas culturales en sus poblados. Así entonces, sobre la provincia oscilaba de modo permanente la sombra de la contaminación extranjera, del cumplimiento fallido de la Ley mosaica; por ende, los galileos eran, en el mejor de los casos, ciudadanos de segunda o tercera categoría de los que nada bueno podía esperarse.
Desde la misma periferia, allí en donde nada nuevo ni bueno se infiere ni justifica, en los bordes mismos de la existencia pasa Jesús de Nazareth anunciando la mejor de las noticias, el tiempo nuevo y santo que se crece entre nosotros.
No es un rey conquistador, ni un líder que impone ideologías a base de la fuerza. Es un hombre que pasa a orillas del lago de nuestras vidas, por la costa misma de lo que somos con una invitación que no puede pasarse por alto, y que es muy difícil de rechazar pues Aquél que invita reconoce la propia condición, todo eso que somos y el modo en que somos, y sus inefables ganas de que todo ello se vuelva pleno, total, feliz.
Por eso mismo Simón y Andrés, Santiago y Juan -todos ellos pescadores de oficio- son invitados a seguirle para ser pescadores de hombres.
No se trata del habitual coraje, ataquen. Es ante todo ir con Cristo, quien es el que encabeza la marcha, quien vá por delante. El llamado por pares es también un signo de que el llamado no es individual, que solos no podemos, que se trata de ir con otros para arribar al puerto del nosotros.
Pero no hay un renegar de la propia identidad. Jamás. Se trata de transformar la propia realidad y de trascender/se, de aceptar que esto que somos puede ser eterno, fermento que todo lo cambia.
Los expertos pescadores se transforman -de la mano de Cristo- en pescadores de hombres, en precisos rescatadores de pequeños peces con vida, aquellos que están a la deriva en el embravecido mar de un mundo tan a menudo cruel y sin sentido)
Paz y Bien
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