Para el día de hoy (28/10/12):
Evangelio según San Marcos 10, 46-52
(Jesús está saliendo de Jericó, a unos 30 kilómetros de Jerusalem; es la última parada de la ruta -prácticamente Jericó es un suburbio jerosolimitano-, y estamos también a las puertas de un final aparente. Jesús está por llegar a la Ciudad Santa en donde se prepara y lo espera ls voracidad de la cruz, la crueldad de sus enemigos y una derrota total a los ojos del mundo.
Con los ojos de la fé, sabemos que no es así. Estamos a las puertas de donde todo ha de comenzar, y por eso mismo el paso por Jericó es un hito tan importante.
Allí, a la vera del camino se encuentra un ciego, al que el Evangelista Marcos identifica como Bartimeo, es decir, hijo de Timeo. No es casual -nada lo es- y especialmente en la Palabra hemos de prestar atención a todos los signos y símbolos que intentan orientarnos la mirada al horizonte de la Gracia.
Para cierta mentalidad religiosa, la ceguera o cualquier dolencia es producto de pretéritos pecados, propios o de los padres, consecuencia directa de un justo castigo divino. Más aún, por esos principios falaces, es justo y razonable que el ciego en su impureza se encuentre a un lado del camino, apartado de la vida social y comunitaria, marcado negativamente para cualquier participación religiosa...o, simplemente, portador de un estigma identificatorio de una humanidad venida a menos.
No es solamente propio de aquel entonces: hoy también seguimos tolerando sin demasiados inconvenientes que haya muchos a la vera de la vida, al borde de la existencia, mujeres y hombres cuyos lamentos molestan y a los que se pretende silenciar, tristemente a menudo con veraz eficacia.
Por ello mismo es el símbolo del nombre recordado que el Evangelista nos trae: en cada persona, especialmente en los caídos y excluídos, hay toda una historia que los identifica, un nombre y un apellido que los reconoce. No hay abstracciones, todos por igual somos reconocidos por el Dios de la Vida a partir de lo que somos y de quienes somos, mujeres y hombres de carne y hueso y corazón e identidad única e intransferible.
Es claro que hay voces recias y rectas que hacen acallar los reclamos y lamentos. Son esas mismas voces que suponen un Mesías exclusivo para unos pocos, para los puros y mejores, un Dios acotado a los pretendidamente expertos en la fé, en total lejanía con el Dios Padre y Madre universal de Jesús de Nazareth, Dios que a todos abraza y busca por igual.
El llamado de Bartimeo no es exacto: sinceramente, Jesús rechazaba el título de hijo de David. Él no se corresponde con la idea de un Mesías de sangre real, un Mesías que está a las puertas de Jerusalem para tomar posesión de la Ciudad Santa al modo usual, es decir, mediante una arrolladora victoria militar, estableciéndose según se esperaba como rey absoluto.
Este Cristo es un artesano nazareno, un campesino hijo de una nadie y de padre sospechoso, un servidor manso antes que un héroe guerrero, un paria de los caminos que rechaza lujos y palacios, un Hijo del Hombre que se entregará a las manos crueles de sus enemigos para que muriendo brote incontenible la vida que no se termina. Por ello Jerusalem no es final, sino que es comienzo.
Bartimeo sufre otra ceguera, si se quiere más profunda que la que aqueja su vista: al costado de la ruta del vivir, él clama por auxilio y reclama a un Mesías que no es. Pero ello no es óbice para la bondad del Maestro.
No hacen falta mentes exactas, antes cuentan corazones capaces de confianza, y será la urdimbre entre esa confianza que llamamos fé y el amor de Dios expresado en Jesús de Nazareth la que obrarán milagros y acontecerá la Salvación.
Entonces con alegre despreocupación, se dejarán atrás los escasos mantos del dolor, pues hay toda una vida nueva por delante, y es imprescindible ponerse en marcha junto a Aquel que es camino, que es verdad y que es vida.
Hay muchos Bartimeos hoy a la vera de nuestra cotidianeidad a los que nos hemos dolorosamente acostumbrado, en razones y resignaciones, en la línea inhumana de los especialistas del por algo será. Bartimeos que no ocultarán su dolor, Bartimeos que imploran socorro, Bartimeos que a su manera -a veces imperfecta pero veraz- buscan con denuedo a Aquel que los rescate, Bartimeos a los que es imperioso impulsar, Bartimeos que esperan una palabra de ánimo, Bartimeos que nos deben doler, Bartimeos a los que el Maestro constantemente nos manda a llamar, para recordarles contra toda resignación y desesperanza, que Él está vivo y presente, latiendo de ansias de salud y liberación)
Paz y Bien
2 comentarios:
He pensado mucho estos días en la historia de Bartimeo porque no puedo comprender por qué las personas que estaban a su alrededor querían que se callara. Me parece un poco el reflejo del egoísmo de los que nos rodean. No soportan vernos bien, no quieren que nos curemos. Prefieren tener a su alrededor gente que este peor que ellos porque su envidia no tolera que los demás sean felices. Esto me parece muy triste.
Un abrazo
Nada más cierto, María Jesús.
En general se adolece de esa dicha de ver bien y pleno, salno y feliz al otro, sea cercano o lejano.
Aún estamos demasiado lejos de la Buena Noticia, y precisamente allí tenemos una invitación y un desafío, Bartimeos todos del hermano que sufre a nuestro lado
Un abrazo grande
Paz y Bien
Ricardo
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