Para el día de hoy (16/10/12):
Evangelio según San Lucas 11, 37-41
(Las posturas entre los fariseos y Jesús no podían ser más encontradas: aquellos suponían que el estricto cumplimiento de la Ley implicaba el establecimiento del reinado de Dios. Mejor aún, Dios reinaría cuando nadie dejase de observar la totalidad de los preceptos de la Ley, por insignificantes que estos aparecieran, 248 preceptos de carácter positivo y 365 prohibiciones.
Obviamente, eran ellos mismos los que auditaban y verificaban el cumplimiento ortodoxo y exacto de estas cuestiones.
En un sentido opuesto, Jesús de Nazareth inaugura el tiempo de la Gracia, y el Reino -que ya está entre nosotros- ante todo es don y misterio inefable de la bondad de Dios que se crece en corazones fértiles, en almas dispuestas que saben que todo se decide de manera cordial antes que en la pura exterioridad.
La discusión suscitada no es menor: el Maestro omite deliberadamente el lavado de manos preceptuado por las normas de pureza obligatorias. Una lectura ligera aduciría, tal vez, una falta de higiene o de una simple ruptura de las costumbres. Pero se trata de algo mucho más profundo, de signos y símbolos.
El gesto vacío, la reafirmación de la pura exterioridad -la liturgia sin corazón-, no son de Dios, no liberan, no conducen la savia de la vida.
Lo que cuenta es un corazón en el que germine la compasión, y que esos mismos brotes se traduzcan en hechos concretos, y no a la inversa.
Por ello la limosna verdadera es dar lo propio -¡darse!-, antes que repartir infructuosamente lo que nos sobra, esas excedencias inocuas que ocultan omisiones.
El Reino acontece por el amor de Dios y por las gentes capaces de poner el alma en las manos, en cada gesto y en cada palabra)
Paz y Bien
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