Para el día de hoy (11/10/12):
Evangelio según San Lucas 11, 5-13
(En la Palestina del siglo I, la hospitalidad era una costumbre sacrosanta que muy rara vez se quebrantaba; además, las gentes no tenían las posibilidades y los beneficios de accesibilidad de los que hoy -sin darnos cuenta- disfrutamos, lo que acentuaba la interdependencia para con el vecino.
-en estos tiempos de hiperconsumo y confort, recuperar lo que tiene de valioso el vecino y la hospitalidad es un tesoro que perdimos y al que deberíamos poner todos nuestros esfuerzos por recuperar-
La parábola que enseña el Maestro tiene esas cosas que sus oyentes conocían bien, era situaciones que vivían a diario; en cierto modo, nuestra acción pastoral y catequética suele olvidar que la Buena Noticia se anuncia desde lo que nuestra gente sabe y conoce, con la fuerza transformadora del Espíritu para transformar lo cotidiano. En otro modo, sólo se vuelve una disertación académica o abstracta que niega la Encarnación por olvidarse de esa vida a menudo agobiada por las rutinas.
Luego, Él plantea una situación que a nosotros puede resultarnos irrisoria o extrema: el hombre que golpea la puerta de su amigo a medianoche, en plena oscuridad, para pedir tres panes pues no tiene otro modo de afrontar una situación imprevista, la visita inesperada de otro amigo, y honrar esa hospitalidad que cultivan.
No era sencillo: las gentes de aquel entonces solían dormir todos juntos en una misma habitación grande, y el aceite de las lámparas para iluminar la noche era un bien bastante caro, por lo que en general, la familia se iba a dormir temprano para aprovechar más la luz diaria. Una visita y un pedido así no era una cosa más, implicaba despertar a toda la familia, gastar ese valioso aceite -quizás algún pisotón sin darse cuenta- y, cumpliendo con lo requerido, volver a molestar a la familia que descansa para tratar de seguir durmiendo.
Aún con las molestias y esa irrupción nocturna, la situación se resuelve no tanto por ese visitante incómodo de medianoche, sino porque de ninguna manera -no hay malhumor que valga- se quebrantará la hospitalidad y hasta en la hora más extraña, prevalece la amistad.
Es el gran misterio de ese don que llamamos oración: nunca seremos desoídos.
Un Cristo amigo está siempre disponible y atento a nuestras angustias, en plena noche de nuestras ansiedades. Jamás nos cierra la ventana ni nos despedirá con gritos destemplados ni con un silencio cruel, y es un signo maravilloso de que Dios es un Padre que nunca baja los brazos en la confianza que tiene puesta en nosotros, un Dios que nos busca constantemente, que sale a nuestro encuentro, con sus panes de bondad siempre dispuestos, un Dios que se deja encontrar aún cuando la noche sea oscura y cerrada.
El misterio mayor y asombroso de un Dios Padre, Madre y Amigo)
Paz y Bien
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