Segundo Domingo de Adviento
Para el día de hoy (10/12/17)
Evangelio según San Marcos 1, 1-8
La lectura que nos brinda la liturgia para el día de hoy nos sumerge de ello y desde su inicio en un nuevo comienzo con colores de novedad y encendido de bondad. Hay una novedad que no puede, de ningún modo, soslayarse. El tiempo no es ya una serie de eventos concatenados a veces de manera azarosa, a veces con una tinción repetitiva y gravosamente ineludible, y doloroso de tan abstracto. El tiempo que se inaugura es un tiempo personalísimo, signado por Alguien, Jesús de Nazareth, totalmente humano, totalmente Dios, a quienes los que se aferraban a las antiguas promesas aguardaban como Salvador.
Es un tiempo sagrado, y se inicia con un hombre extraño. Extraño porque rompe los moldes esperados.
Extraño -y por ello sonreímos desde las entrañas- pues es un hombre santamente inadaptado en su integridad que tanto nos alienta.
Ese hombre, como todos los profetas, tiene una mirada profunda, capaz de atravesar los velos de la historia. Sabe mirar y ver que en las honduras de lo cotidiano se está gestando la plenitud de su mismo Dios, tiempo grávido de eternidad, y no puede por ello callarse ni permanecer como un mero espectador.
Juan, hijo de Zacarías e Isabel, impulsado por el Espíritu que todo empuja, se hace manos de un Dios alfarero que moldea nuevamente una vida que se apagaba en un barro sin destino.
Juan es del desierto, que para su pueblo es símbolo de camino de liberación, de comunión con Dios, de peregrinar esperanzado a pesar de las arenas yertas. No es hombre de templos ni de palacios ni de poderes y riquezas: en santa ilógica, esclavo de la verdad que lo enciende en su corazón, es tan libre en su honestidad que demuele toda corrupción tanto como la luz, por su sola presencia, desaloja las sombras. Para tanto corazón agobiado, es agua fresca. Para tantas almas habituadas a que toda noticia sea lúgubre en su angostura, Juan significa que hay otra posibilidad, que hay una novedad que además es bondadosa.
Desde el desierto mismo comienza el alba de la Buena Noticia. Ello es irreductible en su férrea esperanza, pues proclama que todo es posible, que todo vá a cambiar, que contrariamente a lo que el mundo produce y afirma, la historia se edifica desde las mujeres y los niños, desde un Niño santo que será todo para todos y por el que vale la pena seguir insistiendo en la confianza en un Dios que jamás abandona a los suyos, y que siempre paga con creces lo que promete.
Paz y Bien
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