Domingo 4° de Adviento
Para el día de hoy (24/12/17)
Evangelio según San Lucas 1, 26-38
Nazareth es una aldea polvorienta en medio de la nada. No consta en la memoria sagrada del pueblo de Israel, se ubica en la periferia de todo. Zona galilea de impureza sospechosa, no augura nada bueno -¿acaso algo bueno puede salir de Nazareth? dirá tiempo después Natanael, replicando la mentalidad usual de la época-
Allí vive una muchacha: la misma zona nos sugiere que es mínima, campesina, humilde. Los cánones de ese tiempo nos inducen a pensar que es jovencísima, casi una niña, muchachita judía desposada sin convivir aún.
Como mujer, no tiene demasiada relevancia: de niña depende de su padre, en su vida adulta en ciernes depende de su esposo, y si es longeva dependerá de su hijo varón. No tiene voz ni nadie la escucha. Es casi un accidente social.
La rica historia de Israel nos dice que la corona davídica sería restaurada algún día; sin embargo, el esposo es el descendente del gran rey, y el trono está ocupado por el usurpador Herodes, vasallo del poder imperial romano. El nombre de esa mujer también es muy común María/Myriam, como tantas en Nazareth.
Con todo y a pesar de todo, precisamente allí en donde nunca pasa nada, la historia humana se encuentra en una encrucijada decisiva.
A esa muchachita la visita el Mensajero de Dios. Se dirige a ella con un tono respetuoso, casi pidiéndole permiso, y esa muchacha tendrá un nuevo nombre signado por la alegría: Llena de Gracia.
No hay imposición. Sólo la duda que suscita su pequeñez.
Aún así, el universo entero está pendiente de sus labios.
Por Ella, la historia se transforma desde una santa urdimbre de eternidad y tiempo. Por Ella el Salvador del mundo llegará a nuestros arrabales, y será un vecino, un amigo, un pariente, un Bebé Santo que resplandecerá de gloria en su fragilidad. Y a su Dios, Ella lo llamará Hijito.
La respuesta de María de Nazareth es definitiva: Dios con nosotros por su Sí! inmenso, la certeza de un destino de felicidad por creer, por permitir que Dios nos crezca en estos templos vivos que somos.
Paz y Bien
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