Tercer Domingo de Adviento - Domingo de Gaudete
Para el día de hoy (17/12/17)
Evangelio según San Juan 1, 6-8. 19-28
En los tiempos antiguos de Israel, cuando todavía no se había desarrollado la nación judía, la identidad propia se resguardaba en el clan, familia amplia con vínculos arraigados a la tierra, a la fé y principalmente, a la reciprocidad. La reciprocidad era la posibilidad de supervivencia en un ambiente duro en su geografía y a menudo hostil por la violencia, una violencia que se expresaba en guerras e invasiones constantes, en esclavitud y en especial en la injusticia flagrante para con los pobres.
En ese ambiente tribal/familiar surge una figura que será clave, y que con el correr de los siglos su impronta quedará en la memoria de Israel: el Go'El.
El Go'El era un varón de la familia, ligado por vínculos de sangre y de afectos que tenía una misión específica, y que es la de utilizar todos sus bienes y su fuerza para proteger y socorrer a los parientes más débiles y necesitados, a aquellos que corren el riesgo de perder sus tierras y por ello emprender el camino del exilio, a aquellos que a causa de deudas o guerras son pasibles de caer en manos extrañas, vendidos como esclavos. Por esto último, también el término Go'El suele traducirse como redentor de cautivos, garante de la libertad, y luego de las catástrofes sufridas a manos de varios invasores -destierro, cautividad, un cúmulo de pesares- el pueblo judío comenzó sabiamente a identificar a Dios como el Go'El que vendría personalmente a rescatar a su pueblo.
En esta institución, quizás poco conocida pero tan relevante, había una acción simbólica para la renuncia al goelato, y era el gesto de quitarse las sandalias. Este gesto implicaba transferir el derecho y el deber de Go'El a otro pariente más fuerte, por razones de la propia debilidad asumida.
Por todo esto, la mención de Juan el Bautista de reconocerse indigno de desatar las correas de las sandalias de Aquél que ha de venir es importantísimo: de esa manera, Juan declara -y sus oyentes lo comprenden desde la raíz de sus afectos- que el Mesías, el Cristo que ha de venir es el Go'El de Dios, el redentor de su pueblo, el que viene para rescatar a los oprimidos y a los más débiles de la familia con fuerza de liberación.
Juan deslumbra en su integridad y es enorme en su humildad: jamás asumiría para sí algo que no le corresponde. Él sólo es una voz de aviso, anuncio esperanzador de quien está llegando, de quien ya está en medio de las gentes aunque aún no lo reconozcan, toda una vocación misionera.
Cristo es el Go'El de su familia, una familia que no se establece por lazos de sangre sino por los vínculos perennes del Espíritu, familia y pueblo de fé, de los que están unidos a Él por la confianza.
Nos está naciendo nuestra liberación, Dios mismo al rescate de su pueblo, y todas las alegrías han de celebrarse.
Paz y Bien
En ese ambiente tribal/familiar surge una figura que será clave, y que con el correr de los siglos su impronta quedará en la memoria de Israel: el Go'El.
El Go'El era un varón de la familia, ligado por vínculos de sangre y de afectos que tenía una misión específica, y que es la de utilizar todos sus bienes y su fuerza para proteger y socorrer a los parientes más débiles y necesitados, a aquellos que corren el riesgo de perder sus tierras y por ello emprender el camino del exilio, a aquellos que a causa de deudas o guerras son pasibles de caer en manos extrañas, vendidos como esclavos. Por esto último, también el término Go'El suele traducirse como redentor de cautivos, garante de la libertad, y luego de las catástrofes sufridas a manos de varios invasores -destierro, cautividad, un cúmulo de pesares- el pueblo judío comenzó sabiamente a identificar a Dios como el Go'El que vendría personalmente a rescatar a su pueblo.
En esta institución, quizás poco conocida pero tan relevante, había una acción simbólica para la renuncia al goelato, y era el gesto de quitarse las sandalias. Este gesto implicaba transferir el derecho y el deber de Go'El a otro pariente más fuerte, por razones de la propia debilidad asumida.
Por todo esto, la mención de Juan el Bautista de reconocerse indigno de desatar las correas de las sandalias de Aquél que ha de venir es importantísimo: de esa manera, Juan declara -y sus oyentes lo comprenden desde la raíz de sus afectos- que el Mesías, el Cristo que ha de venir es el Go'El de Dios, el redentor de su pueblo, el que viene para rescatar a los oprimidos y a los más débiles de la familia con fuerza de liberación.
Juan deslumbra en su integridad y es enorme en su humildad: jamás asumiría para sí algo que no le corresponde. Él sólo es una voz de aviso, anuncio esperanzador de quien está llegando, de quien ya está en medio de las gentes aunque aún no lo reconozcan, toda una vocación misionera.
Cristo es el Go'El de su familia, una familia que no se establece por lazos de sangre sino por los vínculos perennes del Espíritu, familia y pueblo de fé, de los que están unidos a Él por la confianza.
Nos está naciendo nuestra liberación, Dios mismo al rescate de su pueblo, y todas las alegrías han de celebrarse.
Paz y Bien
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