Para el día de hoy (29/12/17)
Evangelio según San Lucas 2, 22-35
Las gentes acuden en gran número al Templo de Jerusalem, centro de su religión y núcleo de la identidad de Israel. El Templo es enorme, fastuoso, imponente, y a la multitud abigarrada que discurre como un río humano por sus recintos hay que añadirle el humo de la grasa animal que se quema producto de los sacrificios que realizan los sacerdotes, y del incienso que perfuma el culto.
Allí, mirar con claridad es difícil, y mirar a alguien en particular es una tarea ímproba, casi imposible.
Aún con talante religioso acendrado, con todas las distracciones existentes y con tanta y tanta gente masificada, hoy también se hace más que complicado mirar y ver, encontrar un rostro, una mirada que se busca.
Simeón era un anciano: seguramente y a causa de su edad, su capacidad visual estaba muy menguada. Pero él tiene una buena mirada, y la clave radica en que es justo y piadoso.
Justo porque ajusta su voluntad a la voluntad de Dios.
Piadoso, porque por su oración vive en plena sintonía con una eternidad que sostiene su existencia.
Y con todo y a pesar de todo, jamás ha abdicado en su esperanza, jamás se ha resignado.
Los que saben mirar son aquellos capaces de encontrar un rostro específico en medio de la multitud, una persona por entre una masa nutrida y anónima.
Simeón sabe mirar. Con toda probabilidad, ha sido criado y educado en las tradiciones de su pueblo, y su ortodoxia religiosa especifica que el Mesías de su pueblo llegaría revestido de gloria y poder, aplastando a todos sus enemigos y restauraría la realeza judía, la casa de David. Ello, sin dudas, condiciona.
Pero aún así, sus ojos profundos también traspasan esos velos limitantes. En la fragilidad de ese Niño pobre que se adormece al cuidado de sus padres galileos ha podido encontrar al Salvador de su pueblo, un Salvador que será luz para todas las naciones y signo de contradicción.
Desde la justicia y la oración, con el auxilio del Espíritu de Dios podremos encontrar en ese Niño nuestra paz, nuestra fuerza, nuestro destino.
Paz y Bien
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