Para el día de hoy (01/12/17)
Evangelio según San Lucas 21, 29-33
La percepción por los sentidos es limitada, toda vez que está acotada por una corporalidad que es finita, y que al mismo tiempo depende de un cerebro del cual utilizamos sólo una pequeña fracción de su potencialidad.
Propio de los sentidos es el ámbito de los signos: si por un momento suspendemos cualquier intento de trascendencia, podemos afirmar que un signo o una señal -signo/segno/señal- es inequívoco, tal como una flecha que orienta recorridos. Es decir, un signo no refiere a sí mismo sino al objeto que está, claramente, más allá de sí y que no admite demasiadas discusiones ni interpretaciones variadas.
A diferencia de los signos, los símbolos son ventanas que se abren para asomarse a mirar algo que esté más allá de la superficie, y que a menudo depende de quien observe: así entonces los símbolos tendrán un cariz positivo para algunos, negativo para otros y para otros tantos carecerán de sentido y significado.
Pero volviendo a los signos, muchos persistimos -con un superlativo grado de estupidez- en mirar el color del cartel antes que girar a uno u otro lado en la ruta a la que tal señal nos compele, y así chocamos. Los signos están allí, y los dramas suceden porque no se quiere mirar y ver.
Para muchos de nosotros, mujeres y hombres citadinos, la referencia a una higuera no nos resulta tan propia. Pero para un campesino, la aparición de brotes nuevos, las brevas que comienzan a crecerse -y que son promesa de sabrosas frutas- son una señal inequívoca de que el verano está ahí nomás, muy cerca.
Si hay un distingo fundamental en la condición humana, es la capacidad de trascender, de ir más allá de las lógicas limitaciones espacio-temporales a las que su corporalidad y finitud está atada. En cierto modo, es una posibilidad de sumergirse en niveles de profundidad más allá de cualquier apariencia.
Y así, con certeza de labriegos,adentrarnos mar adentro de una realidad mucho más rica que estos tiempos a menudo tan oscuros, pues los signos están allí. Sólo hay que animarse a encender la mirada interior, pues esa realidad es infinita, el tiempo del hombre bendito y fecundado por la eternidad de un Dios que se ha despojado de todo, que se hace historia, que se hace hombre.
En cada gesto de bondad, en cada acción de justicia, en cada paso de compasión, en cada vida que se ofrece generosa para que otro viva hay signos certeros del Reino aquí y ahora.
A pesar de tanto espanto, Dios con nosotros.
La Palabra de Dios es Palabra de Vida pero también Palabra Viva que nos restaura, levanta y sana. La Palabra -Verbo eterno de Dios- acampa entre nosotros, y con un poco de coraje y otro poco de despojo de interés menor, todos -sin excepciones- podemos darnos cuenta de esos brotes nuevos de eternidad.
Porque todo el universo tiende y señala a Cristo.
Paz y Bien
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