Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María
Para el día de hoy (08/12/17)
Evangelio según San Lucas 1, 26-38
A veces producto de un afecto incontenible, a veces por una religiosidad escindida de la realidad de la Buena Noticia, a la Virgen María gustamos elevarla a la altura imponente de altares ubicados en portentosos templos, y revestir las imágenes que la recuerdan con lujosos ropajes y con cara joyería, coronas ajenas a la sencillez del Evangelio.
En el día en que celebramos la Inmaculada Concepción de la Virgen María hemos de esforzarnos por reencontrarnos con esa mujer que es toda de Dios y toda nuestra, la que es feliz por haber dicho Sí al amor de Dios, bienaventurada porque ese Dios ha puesto su bondad y su mirada sobre su enorme pequeñez.
Nombrar a María de Nazareth es decir muchachita judía -casi una niña- de aldea ignota, en donde nada sucede y de donde nada se espera, y que contrariamente a la lógica del mundo, con Ella Dios transforma la vida y la historia desde los más pequeños, los que no cuentan.
Es aceptar comunicar la vida de un Dios que se hace presente amorosamente en la existencia cotidiana: por ese Sí el universo entero se detiene, contiene el aliento y se transforma, pues en el corazón de esa muchacha se decide la vida misma.
Celebrar a María Inmaculada es confiar que desde lo que casi ni se vé, desde lo que no tiene relevancia, desde lo que es insignificante, un Dios que es Padre y que revela por esa mujer su rostro maternal interviene en la historia humana de un modo extraño, asombroso, definitivo.
Dios exalta a los pequeños.
La felicidad no se encuentra en los palacios, en las arcas de los ricos, en el brazo armado de los poderosos. La vida se abre paso, silenciosa y humilde, desde la tierra sin mal de una jovencita de embarazo sospechoso que, no obstante, sigue adelante cobijando en su cuerpo y en su alma la vida que se le crece en su interior.
María de Nazareth es Santa María del Adviento porque Dios siempre está llegándose a nuestras vidas respetuoso y sin imposiciones, porque la esperanza es un tesoro incalculable, puerto seguro de arribo, y que la Palabra, cuando se la escucha con atención y se la hace germinar, hace presente la Salvación en nuestras existencias, un Dios que se hace vecino, pariente, hermano, amigo, hijo amado en las entrañas del tiempo.
Paz y Bien
En el día en que celebramos la Inmaculada Concepción de la Virgen María hemos de esforzarnos por reencontrarnos con esa mujer que es toda de Dios y toda nuestra, la que es feliz por haber dicho Sí al amor de Dios, bienaventurada porque ese Dios ha puesto su bondad y su mirada sobre su enorme pequeñez.
Nombrar a María de Nazareth es decir muchachita judía -casi una niña- de aldea ignota, en donde nada sucede y de donde nada se espera, y que contrariamente a la lógica del mundo, con Ella Dios transforma la vida y la historia desde los más pequeños, los que no cuentan.
Es aceptar comunicar la vida de un Dios que se hace presente amorosamente en la existencia cotidiana: por ese Sí el universo entero se detiene, contiene el aliento y se transforma, pues en el corazón de esa muchacha se decide la vida misma.
Celebrar a María Inmaculada es confiar que desde lo que casi ni se vé, desde lo que no tiene relevancia, desde lo que es insignificante, un Dios que es Padre y que revela por esa mujer su rostro maternal interviene en la historia humana de un modo extraño, asombroso, definitivo.
Dios exalta a los pequeños.
La felicidad no se encuentra en los palacios, en las arcas de los ricos, en el brazo armado de los poderosos. La vida se abre paso, silenciosa y humilde, desde la tierra sin mal de una jovencita de embarazo sospechoso que, no obstante, sigue adelante cobijando en su cuerpo y en su alma la vida que se le crece en su interior.
María de Nazareth es Santa María del Adviento porque Dios siempre está llegándose a nuestras vidas respetuoso y sin imposiciones, porque la esperanza es un tesoro incalculable, puerto seguro de arribo, y que la Palabra, cuando se la escucha con atención y se la hace germinar, hace presente la Salvación en nuestras existencias, un Dios que se hace vecino, pariente, hermano, amigo, hijo amado en las entrañas del tiempo.
Paz y Bien
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