Para el día de hoy (18/12/17)
Evangelio según San Mateo 1, 18-24
A veces lo pasamos por alto, pero las señales están allí, evidentes. Inclusive aún cuando puedan suponerse esponsales convenidos, tal la costumbre y la cultura de su tiempo, por los padres de ambos.
Lo importante es que ellos, José y María, se amaban.
A partir de allí una perspectiva distinta se nos revela. Desde ese amor los vemos como dos jóvenes de sueños en común, de una vida entera juntos, de familia edificada, la bendición de los hijos. Un matrimonio que proyectan frondoso a pesar de las dificultades y la pobreza.
Desde ese amor, las dudas que le surgen a José de Nazareth son muy diferentes a preocupaciones legalistas respecto de una problemática de índole sexual.
El amor nos hace abrir bien los ojos ante quien amamos y ante nosotros, lo que en verdad somos.
Ese extraño embarazo de su mujer, apenas comprometidos y sin convivir, desestabiliza y angustia a José de Nazareth, más no por alguna confusión acerca de María, sino porque se enciende de temores acerca de sí mismo.
En la vida, en el cuerpo de esa muchacha que ama acontece el plan de Dios, y José de Nazareth, aún siendo descendiente de reyes, se descubre menor, pequeño, totalmente ajeno. Por eso duda, por eso se quiere ir sin infamarla bajo la soberanía de leyes crueles y duras, por eso el abandono de todos los sueños de una vida juntos significan, entonces, no un quebranto de confianza para con la joven y amada esposa sino más bien un repudio de sí mismo. Él nada tiene que hacer allí.
Simbólicamente, los sueños son el ámbito en donde se comunican verdades de Dios que la razón, por sus propias limitaciones, no puede asimilar en la vigilia.
En los sueños del carpintero un Mensajero disipa sus dudas, porque en este tiempo nuevo que amanece no hay lugar para el temor, menos aún sabiendo que Dios está con nosotros.
Por eso nunca, jamás, hay que dejar de soñar.
Con el corazón firme, ese carpintero judío se transforma en alguien fundamental. No es solamente un artesano de aldea ignota, un trabajador más de la Galilea de la periferia en donde nunca pasa nada.
José de Nazareth es José de la Buena Noticia.
Por su intervención decidida, el Niño que ha de nacer tendrá padre, madre, abuelos, un cordón umbilical que lo vincula a la historia familiar, a las raíces de su pueblo, a las profecías prometidas. Sin él, ese Niño sólo sería uno más entre tantos bastardos sin orígenes ni destino -un guacho, diríamos por estas latitudes-, librado a una suerte escasa, a ser nadie, a la infamia constante, sin un padre que lo proteja y lo eduque.
Dotar a un hijo de un nombre es importantísimo. Aún cuando en esto en tiempos actuales esté limitado a ciertas modas o tendencias, un nombre revela personalidad y vocación.
José de Nazareth nombrará a ese hijo que es suyo también Yehoshua , Jesús, Dios Salva.
Padre con todas las letras y con mayúsculas, José de Nazareth cuidará la vida en ciernes de ese Bebé Santo que está llegando en asombrosa bendición a la vida compartida y nueva con la mujer que ama, María de Nazareth.
José de Nazareth, con entera confianza e insondable ternura, llamará a su Dios hijito, y su Salvador lo llamará a él abbá, papá, y en esa certeza aprendida desde tan temprano, Cristo revelará el rostro entrañable de Dios a las gentes de ese modo, Abbá de todos, tan cercano y comprometido desde las entrañas, Dios que se hace pequeño junto a los pequeños, Dios con nosotros.
Paz y Bien
Lo importante es que ellos, José y María, se amaban.
A partir de allí una perspectiva distinta se nos revela. Desde ese amor los vemos como dos jóvenes de sueños en común, de una vida entera juntos, de familia edificada, la bendición de los hijos. Un matrimonio que proyectan frondoso a pesar de las dificultades y la pobreza.
Desde ese amor, las dudas que le surgen a José de Nazareth son muy diferentes a preocupaciones legalistas respecto de una problemática de índole sexual.
El amor nos hace abrir bien los ojos ante quien amamos y ante nosotros, lo que en verdad somos.
Ese extraño embarazo de su mujer, apenas comprometidos y sin convivir, desestabiliza y angustia a José de Nazareth, más no por alguna confusión acerca de María, sino porque se enciende de temores acerca de sí mismo.
En la vida, en el cuerpo de esa muchacha que ama acontece el plan de Dios, y José de Nazareth, aún siendo descendiente de reyes, se descubre menor, pequeño, totalmente ajeno. Por eso duda, por eso se quiere ir sin infamarla bajo la soberanía de leyes crueles y duras, por eso el abandono de todos los sueños de una vida juntos significan, entonces, no un quebranto de confianza para con la joven y amada esposa sino más bien un repudio de sí mismo. Él nada tiene que hacer allí.
Simbólicamente, los sueños son el ámbito en donde se comunican verdades de Dios que la razón, por sus propias limitaciones, no puede asimilar en la vigilia.
En los sueños del carpintero un Mensajero disipa sus dudas, porque en este tiempo nuevo que amanece no hay lugar para el temor, menos aún sabiendo que Dios está con nosotros.
Por eso nunca, jamás, hay que dejar de soñar.
Con el corazón firme, ese carpintero judío se transforma en alguien fundamental. No es solamente un artesano de aldea ignota, un trabajador más de la Galilea de la periferia en donde nunca pasa nada.
José de Nazareth es José de la Buena Noticia.
Por su intervención decidida, el Niño que ha de nacer tendrá padre, madre, abuelos, un cordón umbilical que lo vincula a la historia familiar, a las raíces de su pueblo, a las profecías prometidas. Sin él, ese Niño sólo sería uno más entre tantos bastardos sin orígenes ni destino -un guacho, diríamos por estas latitudes-, librado a una suerte escasa, a ser nadie, a la infamia constante, sin un padre que lo proteja y lo eduque.
Dotar a un hijo de un nombre es importantísimo. Aún cuando en esto en tiempos actuales esté limitado a ciertas modas o tendencias, un nombre revela personalidad y vocación.
José de Nazareth nombrará a ese hijo que es suyo también Yehoshua , Jesús, Dios Salva.
Padre con todas las letras y con mayúsculas, José de Nazareth cuidará la vida en ciernes de ese Bebé Santo que está llegando en asombrosa bendición a la vida compartida y nueva con la mujer que ama, María de Nazareth.
José de Nazareth, con entera confianza e insondable ternura, llamará a su Dios hijito, y su Salvador lo llamará a él abbá, papá, y en esa certeza aprendida desde tan temprano, Cristo revelará el rostro entrañable de Dios a las gentes de ese modo, Abbá de todos, tan cercano y comprometido desde las entrañas, Dios que se hace pequeño junto a los pequeños, Dios con nosotros.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario