La Sagrada Familia
Para el día de hoy (31/12/17):
Evangelio según San Lucas 2, 22-40
Son un joven matrimonio campesino, de aldea ignota -judíos hasta los huesos-, con un niño pequeño en los brazos. Siguen al pié de la letra la ley de Moisés y las tradiciones de sus mayores.
Acuden al Templo en el momento preciso, pues la ley consideraba impura litúrgicamente a la parturienta reciente, la cual sería readmitida mediante el holocausto sacrificial de una res, o eventualmente, de un par de pichones de paloma o tórtolas. Ellos hacen la ofrenda de los pobres, nada más pueden. Por otra parte, todo primogénito de Israel había de ser consagrado a Yahveh, y a la vez, su padre pagaría a los sacerdotes del Templo una suma específica como rescate por su hijo: toda vida pertenece a Dios, y en cierto modo, debe "comprársele", en recuerdo a los primogénitos de Israel rescatados de la muerte durante las plagas egipcias - Kidush Bejorot y Pydion HaBen-.
Dios extraño el de esta gente... la más pura entre todas acude a purificarse, Aquél que rescatará a la humanidad es rescatado por José de Nazareth, su padre carpintero...
Son tres galileos pobres. Están en medio del gentío, humildes y sencillos, casi invisibles en ese Templo imponente. ¿Quién los vería, si parece que están pidiendo permiso?
Sin embargo, dos abuelos magníficos no los pierden de vista.
Tienen la mirada profunda de los que no resignan su esperanza, de los que permanecen fieles más allá de toda previsión.
Los podemos imaginar hoy. El abuelo Simeón que se estremece con ese Niño en los brazos, que ha sabido reconocer en ese Bebé a la luz de todas las naciones, que se hace profecía desde los ojos mansos de María de Nazareth. La abuela Ana -a quien cualquiera le adjudicaría una cercana muerte-, que se hace canción y sonrisa con el Niño en sus manos ancianas, abuela de vida que vibra y celebra, abuela que no se calla y cuenta a todo aquel que quiera escucharla que allí está Él, Aquel que ha de rescatar al pueblo de su opresión y sus miserias.
Ellos tres, galileos y judíos, son símbolo perfecto de ese Dios Trinidad que se nos revela.
Un Padre que nos cuida, José del servicio atento, protector tenaz de la existencia.
El Espíritu que genera la vida, María Madre de Dios y de todos los vivientes.
El Hijo Niño, humilde, que se hace uno de nosotros.
Pero hay más, siempre hay más.
Dios no se impone, no exige, adopta la cotidianeidad para transformarla, viene con humildad y en silencio, sin otra estridencia que el llanto de un Niño que necesita pechos de madre y brazos que lo acunen.
Y cuando la enormidad de un mundo voraz parece engullirnos, nos saldrán al encuentro abuelos entrañables, heroicos en la ternura y firmes en la esperanza, capaces de mirar y ver más allá de las apariencias, celebrando la vida que está creciendo en Gracia y desde la Gracia, para recordarnos que no hay más impuros de cualquier exclusión, para que Aquél que nos rescata de la opresión y las miserias está hoy, aquí mismo, entre nosotros.ec
Paz y Bien