Para el día de hoy (17/02/16):
Evangelio según San Lucas 11, 29-32
En una ocasión, el imperativo había corrido por parte de escribas y fariseos, la ortodoxia religiosa que le exigía a ese rabbí galileo signos celestiales que ratificaran la autoridad con la que enseñaba, desdeñando todo lo que hacía, toda la bondad evidente. En el caso que nos brinda la lectura del Evangelio para este día, hay también cierta exigencia por parte de la multitud abigarrada: ellos también buscaban signos celestiales por parte del maestro, signos del éxito, demostraciones abrumadoras de poder a las que aferrarse. Porque ellos -y nosotros también- tenemos un gusto encarnado por lo glorioso en términos mundanos, por esas señales exitosas que avalen principios, y de ese modo todo se desnaturaliza y corrompe, pues poco a poco los fines van justificando cualquier medio.
Por eso la invectiva del Señor, pues la exigencia de esos signos implica el vano intento de conducir los planes de Dios tras los propios deseos, aún cuando estos sea de carácter colectivo. No hay allí con-versión hacia el Espíritu de Dios, sino per-versión de un destino de trascendencia y amor.
Así entonces el Maestro quiere que el pueblo, las gentes clarifiquen su mirada, pues deben tener una mirada de fé abierta al misterio, y nó una mirada especulativa, detectora de beneficios menores, el trueque piadoso, el quid pro quo que a veces sustituye la oración filial por el comercio de fórmulas piadosas para la obtención de bendiciones.
Los signos están allí. Como Jonás, profeta judío que lleva el perdón de su Dios a un pueblo enemigo y extranjero. Como la Reina de Saba, que recorre distancias inverosímiles y accede asombrosamente a la sabiduría del rey Salomón.
Como Cristo, que es señal viva de la misericordia y el perdón de Dios entre nosotros.
Ahí está nuestra misión, porque una existencia florecida en acciones misericordiosas es una vida que se asemeja mucho a Dios, un reflejo fiel de los hijos de Dios.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario