Para el día de hoy (03/02/16):
Evangelio según San Marcos 6, 1-6
La lectura del Evangelio según San Marcos que hoy nos convoca implica un hito cristológico, un antes y un después en el ministerio de Jesús de Nazareth: a partir de los hechos acaecidos en su ciudad de origen -también relatados por el Evangelista Lucas-, el Maestro no volverá ya a predicar en las sinagogas. Seguirá enseñando en medio del pueblo, cara a cara con las gentes, alejado de la estructura religiosa oficial.
Aún cuando en varias ocasiones lo encontraremos enseñando en el Templo, será de manera casi clandestina, no oficial. En cierta forma, implica una evidente modalidad de excomunión del sistema religioso sinagogal.
Nos encontramos nuevamente en la celebración del Shabbat en Galilea, en su patria chica nazarena. Siempre nos es imprescindible ir más allá de la pura letra, vadear por el universo simbólico que se nos ofrece y por los signos que están allí, conduciendo miradas y corazones de todos aquellos que en verdad creen y confían en la Palabra de Dios.
Así entonces el rechazo de sus paisanos no expresa únicamente la repulsa de la pequeña aldea galilea, sino el rechazo de Israel al Mesías, se trata de renegar del Salvador porque éste no se encuadra con los esquemas y preconceptos que de Él se tienen, y esta última variable es válida para todos los hombres de todos los tiempos.
En esta lectura, obviamente, se nos presenta un párrafo que ha causado duras controversias teológicas a través de los siglos, pues se afirma que Jesús tenía hermanos y hermanas, abriendo el entredicho sobre la virginidad de María. Sin embarcarnos en temas que nos exceden -por capacidad y tal vez por ser ajenos a esta limitada reflexión- mencionaremos que en el siglo I, tanto en Israel como en los otros pueblos semíticos de Medio Oriente, la expresión hermano no remite directamente al vínculo biológico, sino a la pertenencia tribal, a los miembros del mismo clan.
De cualquier modo, lo que importa y es fuente de asombros es que Dios ha querido hacerse historia, tiempo, vecino, tener entre nosotros padre y madre, un oficio para ganarse con esfuerzo el sustento, una familia que le confiere identidad y tradiciones, la pobreza como distintivo primero. Un Dios tan parecido a nosotros que por eso mismo se nos vuelve un Dios muy incómodo.
La situación era muy conocida en la historia de Israel, hasta en proverbio se había transformado: nadie es profeta en su tierra.
En este caso, los paisanos nazarenos no pueden o no quieren ver la acción de Dios en Cristo pues infieren que un hombre tan común y tan conocido por ellos -padre, madre, hermanos cotidianos- no puede andar haciendo lo que hace ni diciendo lo que dice.
Allí no habrá milagros, pues los milagros no son acciones mágicas automáticas de una extraña taumaturgia, sino señales inequívocas del amor de Dios, de un Dios vecino y pariente que aún siendo Todopoderoso pide permiso, que no atropella voluntades para imponer su derecho, sino que busca la puerta abierta de un corazón que, a través de la fé, permite que germine la salvación en la existencia.
Paz y Bien
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