La Presentación del Señor
Jornada mundial de la vida consagrada
Para el día de hoy (02/02/16):
Evangelio según San Lucas 2, 22-40
La Sagrada Familia cumplia fielmente con sus obligaciones religiosas sin faltar a ninguna, aún cuando debieran realizar un viaje importante desde la Nazareth en donde vivían hasta la Jerusalem del Templo, y el dato es muy importante: responde a que ellos eran judíos fieles hasta los huesos, pero más aún, que el Mesías se enraiza en la historia, la cultura, la identidad y las tradiciones de un pueblo concreto, un Dios que se hace historia y carne con una identidad específica que es el indicio de unas profundas raíces divinas entrelazadas con la existencia humana.
La ocasión es sagrada. De acuerdo a la Ley, todo primogénito de Israel ha de consagrarse a Dios o, en su defecto, ser sacrificado; dada la prohibición de los sacrificios humanos, se obligaba a cambiar esa vida por una ofrenda puntillosamente tabulada. En el caso de la Sagrada Familia, dada su pobreza, la ofrenda se compone de un par de tórtolas o pichones de paloma.
En la sustitución obligatoria, ese Bebé Santo es ofrecido con solemnidad a Dios.
Pero también esa Ley indicaba que la parturienta reciente debía purificarse, pues devenía en impura ritual por los rigores del parto y el contacto con la sangre.
Extraño tiempo. El que viene a rescatar a la humanidad del pecado y de la muerte es rescatado por su padre carpintero con la ofrenda de dos pajaritos.
Extraño tiempo en que la más pura acude, humildemente, a purificarse.
Pero más aún, llegará el tiempo en que ese Niño ya no podrá ser sustituído por sucedáneos, y se entregará al sacrificio para el rescate y la salvación de todos los pueblos en la ofrenda inmensa de la Pasión.
El anciano Simeón y Ana, la hija de Fanuel, son dos abuelos del corazón, esos árboles nobles que los temporales de la vida no derriban jamás, esos que se mantienen firmes en la esperanza sin resignaciones, enteros en la oración, tenaces en el servicio y que nunca abdicarán en la confianza que tienen en las promesas de un Dios que nunca los abandona.
Fruto de esa fidelidad será poder entrever entre la multitud, en ese Templo tan grande, a un Niño tan pequeño que a su vez es el que todos esperan, la luz de las naciones, la gloria de un pueblo y de todos los pueblos.
Paz y Bien
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