Para el día de hoy (16/02/16):
Evangelio según San Mateo 6, 7-15
La Palabra de Dios es eficaz, siempre se cumple, siempre realiza lo que promete. La Palabra de Dios es Palabra de Vida y Palabra viva, y es Dios quien tiene todas las primacías, la primera Palabra creadora y fundante, Palabra que desciende de lo alto como lluvia bienhechora y todo lo fecunda, puente infinito que se tiende al hombre, alianza que se teje en las honduras de los corazones.
Palabra que se hace carne, tiempo, historia, un Hijo amado, y habita entre nosotros.
A esa Palabra que desciende se le corresponden palabras que ascienden, las que integran nuestra plegaria, la oración y súplica del hombre a su Dios. Como un eco santo, así entonces la oración será respuesta a la interpelación primera de ese Dios que nos habla a todos y a cada uno de nosotros, vínculo que nos mantiene en sintonía de eternidad, el latido de las almas.
Todos los grupos religiosos tienen una oración característica, y en muchas ocasiones ésta tiene un carácter arcano o reservado a los iniciados, quizás para destacar la importancia y la identidad.
Por la iniciativa de los discípulos -algunos de ellos se habían formado con el Bautista- el Maestro les enseña a orar; en ellos podemos detectar la necesidad de poseer una plegaria única que los identifique, que los distinga de los demás, y la naciente comunidad cristiana no es ajena a ello.
Pero aquí surgirá lo nuevo, lo que florece por el amor de Dios, por la Gracia que santifica. Ellos y nosotros tendremos una oración que nos congregará y distinguirá como una identidad única e irrepetible, más esa identidad no radica en la fórmula que se pronuncie con exacta precisión, sino en el Dios que le confiere sentido, el mismo Dios que habla hoy, el Dios que se revela como Padre sempiterno y bondadoso de toda la humanidad.
Por eso oramos confiados el Padre Nuestro en comunión con toda la Iglesia, y hacemos nuestras la causa de Dios y la causa de los hermanos, el Reino y el pan, la alabanza y el perdón, la súplica por su voluntad plena siempre, y que su mano nos libre del mal que a menudo parece no terminar nunca, y sin embargo, no nos resignamos pues siempre volvemos al Padre que nos ha llamado primero.
Paz y Bien
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