Miércoles de Ceniza
Para el día de hoy (10/02/16):
Evangelio según San Marcos 6, 1-6. 16-18
Comienza hoy el tiempo de Cuaresma, tiempo santo de conversión, de regreso a Dios y al hermano, de reconciliación, de perdón que libera, sana, salva.
Cuaresma, si se quiere, es un éxodo espiritual que emprendemos hacia la tierra prometida de la Resurrección. Por ello Cuaresma es, ante todo, una inmensa bendición, tiempo ofrecido por ese Dios para que sus caminos y los nuestros confluyan en andares eternos.
La cruz de ceniza en nuestra frente es señal de nuestra fragilidad, de lo quebradizos que somos, del pecado que nos demuele y nos dispersa en el viento. Pero esa señal de nuestras existencias mínimas también es señal de Cristo que se nos graba en las honduras del corazón, para que el amor de Dios, como en un rescoldo santo, haga brotar una chispa de vida en tanto sedimento inútil que solemos acumular.
Volver, volver siempre. Volver a Dios y volver al hermano. Dios es el Padre que espera nuestro regreso y prepara la fiesta por los hijos recuperados. No importa tanto el pasado sino el presente que se edifica desde la conversión y siembra futuro desde la caridad.
Desde la limosna volvemos, pues es una humilde victoria sobre el egoísmo, dándonos nosotros mismos en silencio, sin ostentaciones, antes que hacer una torpe beneficencia con lo que nos sobra.
Desde el ayuno volvemos, pues nos vaciamos de lo efímero, nos hacemos uno con ese Cristo del desierto, y ese alimento negado podrá -aunque sea en mínimas proporciones- aliviar el hambre de un hermano necesitado.
Desde la oración volvemos, en la escucha atenta, en el diálogo filial, en la sintonía eterna del Dios que se encarna en nuestra cercanía.
Por eso la ceniza no es señal de rictus amargo, sino augurio cordial de que todo es posible, y de que al fin de este peregrinar que comenzamos tenemos un puntual encuentro con la vida plena, con Aquél que será todo en todos.
Paz y Bien
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