La cruz cotidiana





Jueves de Ceniza

Para el día de hoy (11/02/16): 

Evangelio según San Lucas 9, 22-25







La lectura de hoy nos presenta en una lontananza no tan distante los hechos terribles y santos a la vez de la Pasión del Señor.

Se trata de una identidad única, la de discípulos y seguidores de Jesús de Nazareth, nuestro hermano y Señor. Su enseñanza no se acota a revelar la trascendencia y escatología de sus propios padecimientos, sino a advertir a los suyos acerca de los fundamentos de la vida cristiana, es decir, de seguir fielmente sus pasos.

No se trata aquí de una necesidad en un sentido fatalista. El Padre no es un monstruo cruel al que le place el sufrimiento de su propio Hijo o de cualquiera de sus hijas e hijos. Pero la fidelidad de Cristo hasta el final, el amor a su Padre y a sus hermanos lo llevará a asumir en su ser todas las miserias y dolores que imponen aquellos que se autoproclaman poseedores absolutos de la verdad y con derecho a decidir sobre la vida de los otros.

Es menester tener en cuenta que la crucifixión era la pena capital impuesta por el imperio romano para los criminales más abyectos, para los subversivos irrecuperables. Al crucificado se lo torturaba previamente con concienzuda y eficaz técnica, y luego se le exhibía durante horas de cruel agonía, como advertencia disuasoria para aquellos que pretendieran seguir por la misma vía.
Pero para la religiosidad de Israel, un crucificado es un maldito.

Así entonces el Maestro señala que el discipulado -seguir sus pasos- no admite medias tintas, ni es tampoco una alternativa más del vasto menú mundano de opciones existenciales. El seguimiento es radical, absoluto, total en plena libertad surgida de la verdad y del amor de Dios, en la urgencia impostergable del perdón, de la misericordia, de la justicia, de la paz, del servicio. De los obreros felices del Reino de Dios.

Por todo eso cargar la cruz cotidiana no es solamente soportar a diario lo gravoso de la existencia, las miserias propias o lo que nos imponen con cierto grado de resignación. Cargar la cruz es ser considerado un criminal, un abyecto subversivo, un maldito irredimible a causa del amor a Dios y el servicio a los hermanos. Humildemente hacerse el último para que aquellos que están al final de todo -descartados por el mundo- puedan dar un paso adelante. 

Se gana lo que se ofrenda, se pierde lo que no se dá. En la ilógica del Reino, vida que se ofrece es vida que crece y se expande para mayor gloria de Dios.

La fidelidad no quedará en opacas intenciones, sino que será ratificada en la Resurrección, el compromiso definitivo de ese Dios por el que la vida perdura más allá de la muerte.

Paz y Bien

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