Para el día de hoy (01/02/14):
Evangelio según San Marcos 4, 35-41
Las multitudes lo siguen con un denuedo y unas ansias tales que no lo dejan comer, descansar, caminar con seguridad. Su fama -equivocada- de taumaturgo o sanador eficaz lo precede, y todo el pobrerío sufriente abandonado a su dolor, en parte por las dolencias y en parte por ciertos conceptos crueles, se aferra al rabbí galileo.
Parecía que el pueblo iba tras Él, y esa fama que tenía lo precedía a todos los sitios en donde se presentaba, y eran mieles peligrosas, las mieles empalagosas y malsanas del éxito, de lo multitudinario, de las acciones masivas. Y los discípulos no eran para nada inmunes a estas tentaciones: allí con ellos, el Maestro se les aparecía como el nuevo y poderoso Mesías y Rey de Israel, que arrasaría con cuantos aquellos se le pusieran delante, pues las masas estaban con Él. Además, les pertenecía a ellos más que a nadie: por tradición y por pertenencia, serían parte de esa gloria judía que se iba avizorando.
Nada más lejano a la Buena Noticia, y el Maestro lo sabe y lo mueven las prisas de salir de allí, de ese ambiente que oprime y todo lo distorsiona. Es menester embarcarse a la otra orilla, a la orilla del Evangelio, del servicio, de la humildad, de la mansedumbre, de la mesa grande y la puerta abierta sin condiciones.
En la otra orilla están los gentiles, los extranjeros, aquellos de los que nada se espera ni se desea, esos que no cuentan.
En la otra orilla está el trabajo, la semilla humilde que crece sin pausa, la paciencia del germinar, los árboles frondosos que cobijan a todos los pájaros perdidos, el gesto personal, y es una orilla hacia la que -sinceramente- a menudo la Iglesia no suele embarcarse.
Hay miedo atávicos, hay comodidades anquilosadas, hay hambre de efectos, de masa, de éxitos descollantes. Pero el Reino sigue teniendo la sencillez de la más pequeña de las semillas.
Esos hombres eran pescadores experimentados, toda una vida en esas pequeñas barcas de pesca galilea. Seguramente, no se arredrarían frente a fuertes borrascas.
Pero ese derrotero al que el Maestro los lleva se ha vuelto peligroso, tanto que están a punto de zozobrar de temor en sus almas, y su frágil barca parece a punto de dar una vuelta de campana.
Y el Maestro duerme en un extremo, como a menudo parece haberse dormido Dios cuando nos acontecen tormentas bravas en nuestras existencias. Pero olvidamos que está allí.
Su Palabra es Palabra de Vida y Palabra Viva, y las amenazas de hundimiento retroceden porque ese Cristo tiene autoridad, autoridad que hace crecer cosas nuevas.
Por eso, para no zozobrar quizás lo importante no sea tanto la pericia de los navegantes, sino la confianza de Aquél que está al timón. Permanecer con vida es una cuestión de fé, de pura confianza.
Paz y Bien
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